En una mañana radiante, el 17 de marzo de 2015, las aguas de Palau se tornaron escenario de un descubrimiento conmovedor. Patrick Scannon y su equipo de Project Recover, inmersos en una misión que entrelazaba pasión e historia, encontraron, contra todo pronóstico, el avión Avenger No. 17018, desaparecido desde la Segunda Guerra Mundial. Esta quijotesca aventura en las profundidades del Pacífico, narrada por Smithsonian Magazine, terminó como un tributo a tres combatientes que se convirtieron en fantasmas de una historia sin cerrar. El hallazgo, marcado por la colaboración con científicos experimentados y tecnología de punta de sonar, no solo reveló los restos del avión sino que parecía prometer que se recuperarían los cuerpos de los aviadores estadounidenses perdidos, y se les devolverían sus identidades borradas por el tiempo.
La historia se remontaba a las primeras luces del alba del 10 de septiembre de 1944, que se abrían paso en la oscuridad que cubría al USS Enterprise. En el silencio solo roto por el oleaje y el crujir del colosal portaaviones, la cubierta se transformaba en un hervidero de actividad. La tripulación, con una mezcla de resolución y ansiedad, se encargaba de los preparativos finales para una misión crítica: lanzar un ataque aéreo contra posiciones y navíos japoneses en anticipación a una invasión de Peleliu, un vértice crucial en el archipiélago de Palau.
A las 5:30 am, el primer escuadrón de aviones emergió del ensordecedor rugido de los motores y despegó hacia el horizonte ya rojo. La siguiente secuencia se configuraba en cubierta: 12 cazas Hellcats, con sus siluetas agresivas; cinco Helldivers, bombarderos pesados designados para sembrar la destrucción desde el cielo, y siete Avengers, los bombarderos más pesados de la época, apodados cariñosamente como “la bestia embarazada” por su figura y su capacidad.
El Avenger No. 17018 se destacaba entre este segundo grupo, portador de un tonelada de torpedos o, alternativamente, cuatro bombas de 500 libras (un cuarto de tonelada) cada una. A su mando, el teniente Jay Ross Manown Jr., reconocido por su arrojo y su determinación. Criado en West Virginia, Manown había dedicado años a volar en zonas de conflicto del Pacífico: era un instructor de vuelo consumado y se fue convirtiendo en un líder al integrar el equipo activo tras el ataque a Pearl Harbor, hasta que quedó como segundo al mando de su escuadrón a los 26 años. Acompañado por Anthony Di Petta, artillero, y Wilbur Mitts, radioperador, conformaban la tripulación de la que resultó la última misión de la nave.
Entre sus últimas risas y chistes compartidos a través del intercomunicador durante los preparativos pre-vuelo, el Avenger se elevó hacia el cielo para adelantar el terreno para el asalto inminente. Se dirigían hacia Malakal, listos para enfrentarse a instalaciones enemigas en suelo y mar con la esperanza de alterar el curso de la guerra en el Pacífico.
Sin embargo, el enemigo no estaba durmiendo. Las baterías antiaéreas, agazapadas entre las colinas circundantes al puerto, abrieron un frenesí de fuego y metralla, que inició un duelo mortal.
Manown, delante de tres otros Avengers, descendió con la precisión de quien ha enfrentado el peligro innumerables veces. Su objetivo era un carguero japonés, aparentemente vulnerable; sin embargo, pronto el aire pronto se llenó de plomo y odio. Una explosión repentina, devastadora en su violencia, desgarró el vientre del avión, le arrancó las alas y el timón, y lo lanzó en una caída irremediable.
Al regresar de la misión, los testigos de las aeronaves cercanas describieron la escena con horror: el Avenger con los tres tripulantes se convirtió en una estrella fugaz de fuego, humo y metal, hasta que terminó su descenso en un encuentro fatal con el mar.
Manown, Di Petta y Mitts desaparecieron en las profundidades, tragados por un océano indiferente dentro de los hierros del avión. Su violento fin marcó el comienzo de un misterio que perduraría décadas, una herida abierta en el corazón de aquellos que esperaban un regreso.
En medio de la vastedad del conflicto global, la desaparición de Manown y su equipo se convirtió en un eco dentro de los registros de los desaparecidos en acción. Nadie vio un paracaídas, no quedaron esperanzas de su supervivencia: la Marina los declaró “desaparecidos” y “presumiblemente muertos”, una categoría burocrática que, sin embargo, no lograba capturar la totalidad de la tragedia ni la persistencia de la esperanza.
Por eso el hallazgo de los restos del Avenger No. 17018 en 2015, y la identificación de parte de su tripulación, se materializó como un capítulo emotivo en la historia de la búsqueda de los desaparecidos en acción durante la Segunda Guerra Mundial. Encabezado por Patrick Scannon y su equipo de Project Recover, este hallazgo crucial puso de manifiesto lo que surge en la intersección entre la tecnología avanzada y la perseverancia humana, y ofreció un cierre largamente esperado a las familias de los tripulantes.
El 17 de marzo de ese año, marcado por una mañana de aguas tranquilas y cielo despejado en Palau, la misión de Project Recover tomó un giro histórico. Con vehículos autónomos submarinos equipados con sonar, el equipo de Scannon consiguió capturar imágenes que delineaban la sombra inconfundible de lo que parecía ser un propulsor torcido y montículos de metal entrelazado en el lecho marino. Este descubrimiento, ubicado a una profundidad de 35 metros (116 pies) y a 150 (500 pies) de distancia de donde se presagiaba, reveló por primera vez los vestigios físicos del Avenger No. 17018.
Una meticulosa operación subacuática logró recuperar, con el tiempo, una serie de objetos y restos personales que hablaban mudo del último vuelo del teniente Manown, el artillero Di Petta y el radiooperador Mitts. Entre los elementos que se rescataron del fondo marino se encontraron partes significativas del avión, tales como el tren de aterrizaje, el bloque del motor y secciones de la fuselaje, y cada una añadió una pieza al rompecabezas de aquel fatídico día en 1944.
Años más tarde, gracias a los avances en la ciencia genética, Project Recover alcanzó un hito conmovedor: la identificación definitiva de dos miembros de la tripulación, Anthony Di Petta y Wilbur Mitts. La notificación del hallazgo a las familias en el año 2023, casi 80 años después de la tragedia, no solo cerró capítulos de incertidumbre sino que probó el compromiso de las naciones y los individuos por reconocer el sacrificio ofrecido por sus combatientes en la guerra.
Hasta la fecha, los restos del teniente Manown no han sido definitivamente identificados. Aún quedan áreas del campo de escombros submarino por explorar. Project Recover, liderado por Scannon, planificaba continuar con las operaciones de búsqueda en el sitio del siniestro, con la esperanza de localizarlo.