“El Gordo” Valor habla sobre su viejo cómplice abatido por la Policía: “Murió en su ley”

El ex líder de la Superbanda definió a Alfredo Albornoz, muerto en un tiroteo en El Palomar, como un delincuente “con códigos y valiente”

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Abajo: el video que muestra la muerte de Albornoz.

Ningún ladrón llora la muerte de otro ladrón. Es como un código, una manera de aceptar uno de los destinos posibles de un camino peligroso. Es por eso que cuando su esposa Nancy salió al jardín de su casa la semana pasada y le dijo que había visto en un noticiero que Alfredo Albornoz había muerto en un tiroteo con la Polícía Federal, “El Gordo” Valor dejó de cortar el pasto y no se sorprendió. “Murió en su ley”, dijo el ex líder de la superbanda que robaba bancos y blindados.

Albornoz había sido compañero de Valor en esa mítica banda que actuó en los años ochenta y noventa. Y tenía una estructura celular. Muchos de sus integrantes no se conocían. Se dividían en grupos que asaltaban en la zona norte, sur y oeste. “Era un buen muchacho, con los mismos códigos que yo. Laburé con él unos seis meses, hicimos varios hechos, después me lo crucé en el penal de Campana. Era solidario con los compañeros, cuando caía alguno en cana le llevábamos parte del botín a la señora para que pueda pagar el abogado o lo que necesite. Albornoz era de la vieja escuela. De los ladrones de raza, de los que no quedan más”, le dijo Valor a Infobae.

El mítico delincuente también desmintió una información que circuló en varios medios, que sostenía que Albornoz fue su sucesor cuando cayó preso. “Era importante, pero no era el líder. Después estuvo en un rejuntado de la Superbanda y siguió delinquiendo con otra gente. Pensar que se han muerto tantos compañeros que vamos quedando pocos en pie”, aseguró el hombre, con cierta melancolía.

Luis "El Gordo" Valor, jefe de la Superbanda.
Luis "El Gordo" Valor, jefe de la Superbanda.

Albornoz, de 61 años, murió en El Palomar el 24 de agosto último. Estaba prófugo de la Justicia desde el 16 de febrero, cuando escapó de la Unidad Carcelaria N° 10, donde cumplía una condena a prisión perpetua por el crimen de José Luis Quispe, un chico de 13 años de nacionalidad boliviana asesinado en 2011 en Luján.

El delincuente y su cómplice iban por la colectora de Acceso Oeste y Prats en un Volkswagen Vento blanco sin patente. Evadieron un control policial, pero los detuvieron en Morón. Hubo un tiroteo: Albornoz, que manejaba el auto, murió de un tiro en la frente. Su acompañante, Andrés Aquino, que llevaba una pistola Bersa calibre 40, resulto herido. Una mujer policía que recibió un balazo en una pierna.

“Era puro coraje y acción. Me da pena su familia, sus hijos. Estaba claro que estaba preparado para lo peor. Pero no pensaba volver a la cárcel. Si tenía que morir, iba a morir en libertad”, dijo Valor.

La historia del viejo jefe es distinta: lleva casi cuatro años libre. Cada vez que lograba salir de la cárcel, volvía a ser detenido. Su esposa le pidió que dejara de robar. Hasta la vidente que consulta, llamada María, le dijo que si volvía a no iba a terminar preso como las otras veces, sino en una tumba.

Alfredo Albornoz.
Alfredo Albornoz.

Así, Valor se conmovió y cambió de vida. Escribió un libro y aceptó que se hiciera una película y una serie sobre su historia delincuencial.

“Cuesta dejar del delito. Es como una adicción. Yo robé toda mi vida. Y lo pagué caro. Perdí momentos con mi familia. Ahora aprendí a vivir en libertad. Además hoy es imposible robar con la tecnología que hay. Te filman todo el tiempo. Hace diez años no hay un gran robo a un banco y los blindados son inaccesibles. Además, la vejez es otro enemigo del ladrón”, afirma.

Rubén Alberto de la Torre, otro ex ladrón de la Superbanda, lamentó la muerte de Albornoz. “No compartimos laburos, pero lo conocí. Estuvimos a punto de planear un par de hechos, pero no se dio. Tenía varias boletas encima, era un pesado que no dudaba en tirar. A diferencia de muchos de nosotros, que nos retiramos del delito, el siguió. No pudo parar, lamento su final”.

Para el delincuente no hay tantos destinos imaginables. El retiro, la cárcel o el que le tocó a Albornoz: la muerte. Un final calcado al de los que tuvieron otros asaltantes temerarios: ser abatido en un tiroteo por balas policiales.

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