La Playboy y el Lego: chicos y grandes somos contradictorios

Una historia para entender por qué no debemos entrar en los moldes que nos imponen. Y menos aún en los que nos imponemos nosotros mismos

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Pedro había pedido una revista pero la propuesta de su padre lo sacudió - (Imagen Ilustrativa Infobae)
Pedro había pedido una revista pero la propuesta de su padre lo sacudió - (Imagen Ilustrativa Infobae)

La coherencia es contraria a la naturaleza, contraria a la vida. Solo los muertos son plenamente coherentes. Aldous Huxley

—¿Puedo comprar esta revista?, preguntó mi hijo.

—¿Cuál, la Playboy?, -lo provoqué riéndome.

Pedro me había pedido una que estaba al lado pero mi propuesta lo sacudió. Tanto, que fue incapaz de enterarse de que era una broma. ¿Cómo no le iba a interesar ver mujeres desnudas si tenía catorce años y la testosterona a full?

Quien no entienda una mirada mucho menos comprenderá una larga explicación, dicen los árabes. Sin dudar un instante agarré ambas revistas y se las di con un billete para que pagara. Nuevamente su mirada lo dijo todo: no se animaba. Lo miré con ternura y con complicidad fui a pagar. Apenas se las devolví las guardó en la mochila, no fuera cosa que alguien descubriera que era un psicópata sexual.

La noche nos encontró a todos tirados en mi cama; Pedro levantando temperatura con esas diosas desnudas. Diego, su hermano menor, tratando de espiar algo de reojo mientras simulaba jugar con sus Legos. Y yo, sobreactuando naturalidad aunque estaba pendiente de lo que ocurría.

Paseando juntos al día siguiente, Diego vio una juguetería enorme. Para tener paz el resto del día no tuve más remedio que entrar. Mientras recorríamos las góndolas con mis hijos me acordaba de mi infancia; ¿qué mayor felicidad que ir a elegirme un juguete? Si existe el paraíso debe tener forma de juguetería.

Cada cosa que miraba me traía distintos recuerdos: muñecos, instrumentos, peluches, bicicletas, juegos de mesa, disfraces, mecanos, pinturas. La infancia es un universo en sí mismo. Diego se paró en la góndola de Legos a estudiar uno por uno. Pedro, quien solidariamente acompañaba a su hermano menor, vio algo que le iluminó la cara.

— ¡El Lego City del departamento de policía!, dijo meneando la cabeza.

Lo miré buscando más información.

— Cuando tenía diez años hubiera dado la vida por tenerlo.

Como lo percibí nostálgico, le pregunté:

—¿Y ahora?

—¿Ahora qué?

—¿No te gustaría tenerlo?

Hizo una mueca extraña.

Quien no entienda una mirada mucho menos comprenderá una larga explicación.

—¿Pensás que si te interesa una Playboy ya no podés jugar con Legos?

Se puso colorado.

Lo agarré por el hombro y fuimos juntos a comprarlo.

Pedro siempre había soñado con el Lego City del departamento de policía - (Imagen Ilustrativa Infobae)
Pedro siempre había soñado con el Lego City del departamento de policía - (Imagen Ilustrativa Infobae)

A la tardecita volvimos al hotel. Después de cenar estuvo horas armando su Lego mientras la Playboy dormía sobre la mesa de luz.

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Nunca entramos en los moldes que nos imponen. Y menos aún en los que nos imponemos nosotros mismos.

Juan Tonelli es escritor y speaker https://linktr.ee/juan.tonelli