La aristócrata más bella y rebelde de la Argentina y la leyenda de su amor clandestino con el marido de Isabel II

En 1962 Felipe de Edimburgo acababa de llegar a la Argentina cuando, ante la inminencia del golpe que derrocó a Frondizi, la cancillería recomendó que se refugiara en la estancia La Concepción, propiedad de Malena Nelson de Blaquier. Las versiones aseguran que el marido de la monarca quedó cautivado por el carácter y la elegancia de la viuda de Silvestre Blaquier

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Tenía 46 años cuando en marzo de 1962 recibió a Felipe de Edimburgo en La Concepción, su estancia de Lobos, en la provincia de Buenos Aires, pero Magdalena Nelson Hunter de Blaquier todavía era la mujer más bella de la Argentina.

El marido de la reina Isabel II había llegado al país dos días antes del golpe que derrocó a Arturo Frondizi, y la cancillería temía por su seguridad: se respiraba un fuerte sentimiento anti corona y un Windsor suelto en Buenos Aires era un blanco fácil.

Así fue como Felipe Mountbatten terminó refugiado en la espectacular propiedad de 6000 hectáreas donde, según dice la leyenda, quedó inmediatamente deslumbrado por la personalidad arrolladora y la mirada cristalina de Malena, su anfitriona.

La viuda de Juan José Silvestre Blaquier Elizalde rompía todas las reglas de la época. Era moderna, poderosa y audaz, y había criado a sus nueve hijos –en especial a sus hijas– con una sola premisa que ella misma cumplía a rajatabla: “Sean libres”. Además, era experta en caballos, la debilidad de Felipe, y tenía un humor fino y punzante en el que enseguida él se sintió reflejado.

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Ella le llevaba cinco años, pero la diferencia de edad jugaba a su favor: a sus ojos parecía todavía más inteligente y segura, algo que valoraba y a lo que estaba acostumbrado en su propia esposa, pero que en la argentina tenía el encanto de la desfachatez que la reina de Inglaterra no podía permitirse ni en la intimidad de Balmoral. A kilómetros de las islas, el príncipe podía sentirse como en casa y a la vez lejos del protocolo real en la lujosa mansión de estilo francés o sentado junto a Malena en el césped para ver un partido de polo con miembros de la alta sociedad local en la cancha de Camet, en Mar del Plata.

Hacía apenas tres años que ella había perdido al padre de sus hijos y, en medio del dolor, había tomado una decisión impensable y muy valiente para la época: hacerse cargo ella misma de la explotación del campo.

A Silvestre –único hijo de Mercedes Melchora de Elizalde Leal y el millonario terrateniente Juan José Blaquier Oromí, y el soltero más buen mozo y codiciado del momento– lo había conocido en una fiesta en el Jockey Club y se casaron cuando ella tenía 20 y él 21; la ceremonia en el Socorro, el 15 de noviembre de 1937, se transmitió en vivo por la radio y fue considerada uno de los grandes acontecimientos sociales del año. Elegantísima, la novia –tercera de los cinco hijos de Julia Hunter Soler y Juan Manuel Nelson– llevaba un vestido de Henriette, la casa de las hermanas Schwartz que trajo a Buenos Aires lo mejor de la Haute Couture parisina. Ahí se vestían las mujeres más distinguidas de esos años, de Dulce Liberal Martínez de Hoz a Elena Peña Unzué de Alzaga.

Tenía 46 años cuando en marzo de 1962 recibió a Felipe de Edimburgo en La Concepción, su estancia de Lobos
Tenía 46 años cuando en marzo de 1962 recibió a Felipe de Edimburgo en La Concepción, su estancia de Lobos

Tras la luna de miel europea se instalaron en la casa de la Avenida Alvear donde nació su hija mayor, Mercedes. Después llegarían Juan José, Magdalena, Dolores, María Teresa, Agustina, Eduardo, Marina y Julia Elena. Toda la familia partía religiosamente cada fin de semana al campo en Lobos. Silvestre siempre le había dado un lugar de relevancia en las decisiones sobre La Concepción –era madrina del equipo de polo y alma mater de todas las reuniones–, así que era en parte natural que ella tomara las riendas cuando la tragedia golpeó al matrimonio.

Mercedes acababa de casarse cuando un tifón alcanzó al avión Beechcraft que había comprado Silvestre en Kansas y pensaba pilotear hasta Buenos Aires. Sin perder las esperanzas ni el temple, Malena lo buscó durante meses, contrató especialistas en siniestros aeronáuticos y movió todas sus influencias hasta que finalmente el cuerpo y una parte del fuselaje del avión fueron encontrados en una playa de Panamá.

Aquello había sido en agosto de 1959 y ahora Malena manejaba todo con firmeza y soltura. Nunca guardó luto, porque sostenía que su marido hubiese preferido que la familia siguiera la vida feliz que habían tenido juntos, con bailes, viajes a París cada año y rodeados de caballos. A su manera, también ella era una reina en sus dominios, sobre todo a partir de septiembre, cuando arrancaba la temporada de polo.

El casamiento de Felipe e Isabel  (Photo by Keystone/Getty Images)
El casamiento de Felipe e Isabel (Photo by Keystone/Getty Images)

Se suponía que Felipe Mountbatten había llegado a la Argentina en un viaje de negocios, aunque luego trascendió que su propósito era respaldar al entonces presidente Arturo Frondizi. En todo caso, sus intenciones se truncaron pronto: la comida oficial de bienvenida, aquel 22 de marzo de 1962, fue interrumpida con la alerta de una inminente revuelta militar. Así fue como el príncipe llegó a La Concepción –a 140 kilómetros del álgido panorama porteño– por razones de seguridad y se maravilló con el casco diseñado por Carlos Thays, donde Mima, como la llamaban sus hijos y sus nietos, le describió cada árbol y cada flor.

Él era guapo y seductor como ella, y por entonces corrían como pólvora las especulaciones sobre sus aventuras amorosas. Ella era una adelantada a su tiempo, por lo que desde que enviudó se tejieron rumores sobre su devenir sentimental, como su supuesto affaire con Jimmy Dodero Bosch, también varios años más joven. Las habladurías se acrecentaron porque ella nunca quiso volver a casarse, pese a que no eran pocos los que se deslumbraban con su personalidad y su porte.

Aquel otoño estaban solos con los hijos menores de Malena y el matrimonio de colaboradores de máxima confianza que se ocupaba de que todo estuviera en orden, por lo que los testigos fueron contados. Y de todos modos, siempre se dijo que en esos días el duque de Edimburgo y la socialité argentina habían vivido una apasionada historia de amor prohibido en la estancia.

Una de las 38 nietas de la aristócrata, Concepción Cochrane Blaquier, contó hace algunos años en una nota: “Tengo millones de anécdotas de La Concepción. La historia que más recuerdo, que escuché durante mi infancia, es la de la visita del príncipe Felipe en los años 60, que tuvo un affaire con mi abuela"
Una de las 38 nietas de la aristócrata, Concepción Cochrane Blaquier, contó hace algunos años en una nota: “Tengo millones de anécdotas de La Concepción. La historia que más recuerdo, que escuché durante mi infancia, es la de la visita del príncipe Felipe en los años 60, que tuvo un affaire con mi abuela"

Su supuesta protagonista –discreta– lo desmintió incluso ante la biógrafa norteamericana Kitty Kelly, que se hizo eco de del cuento en el libro The Royals (1997). “Ese cotilleo es un disparate –dijo Malena, que siguió visitando a Felipe en Windsor durante años, y compartiendo con él partidos en los palenques–. La única pasión que comparto con el príncipe es la cría de caballos de polo”. Según relató entonces ante la escritora, el propio Carlos de Inglaterra le había hecho saber que su padre aún hablaba mucho de La Concepción y de la Argentina.

La amistad, especial o no, de Malena y Felipe se mantuvo durante décadas y ella aseguraba que él era “atento, tranquilo y muy gracioso”, pero los verdaderos alcances de lo que vivieron en la intimidad de ese refugio alejado de las turbulencias políticas y de las miradas ajenas se los llevaron a la tumba: ella murió cuatro días después de la fiesta por sus 100 años, en noviembre de 2016; él, un mes antes de cumplirlos, en abril de 2021.

Una de las 38 nietas de la aristócrata, Concepción Cochrane Blaquier, contó hace algunos años en una nota: “Tengo millones de anécdotas de La Concepción. La historia que más recuerdo, que escuché durante mi infancia, es la de la visita del príncipe Felipe en los años 60, que tuvo un affaire con mi abuela. ¡Si esas paredes hablaran…! Bueno, en realidad no sé si mi abuela Mima tuvo de verdad un romance con el Duque, tampoco nadie lo va a confirmar… Pero esa historia, sea cierta o no, ya es leyenda”.