Robledo Puch, perdido en su laberinto: “Si salgo me muero y si sigo preso también voy a morir”

La Justicia de San Isidro volvió a negarle la libertad, tal como anticipó Infobae. Lleva 51 años preso, otra vez se quedó sin abogado. Los detalles de lo que ocurrió cuando lo visitó el juez antes de rechazar su pedido de libertad

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Después de que Infobae revelara que ningún camarista de San Isidro estaría dispuesto a firmar su libertad, el 7 de junio visitaron a Puch, en la Unidad Penal Número 26 de La Plata, el juez Oscar Quinta y su secretario Bernardo Hermida Lozano (Télam)
Después de que Infobae revelara que ningún camarista de San Isidro estaría dispuesto a firmar su libertad, el 7 de junio visitaron a Puch, en la Unidad Penal Número 26 de La Plata, el juez Oscar Quinta y su secretario Bernardo Hermida Lozano (Télam)

Carlos Eduardo Robledo Puch es un sobreviviente.

Vio jubilarse a decenas de guardias. Entrar y salir a centenares de presos. Superó diez motines. Cuando cayó detenido se estrenaba Rolando Rivas Taxista en la TV y hacía cuatro años que René Favaloro había revolucionado la medicina con su primera operación de bypass. Las primeras autopistas ya se habían construido hacía tres años. Y faltaban cuatro para que Diego Maradona debutara en primera y uno para el regreso de Juan Domingo Perón. Los Beatles se habían separado hacía dos años. Unos 27 años después se crearía la World Wide Web, la verdadera aparición de Internet. Desde el día de su caída, el 3 de febrero de 1972, pasaron 13 Mundiales y 18763 días. La población de la Argentina desde entonces paso de 24.613794 millones a 45.808.747.

Mientras estuvo detenido pasaron dos dictaduras (comandadas por ocho militares) y quince presidentes.

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Las cinco décadas preso de Robledo Puch

Se podría seguir enumerando otros hechos históricos, pero todo eso pasó mientras el famoso asesino serial vivía en la cárcel. Lleva 51 años preso por haber matado, entre 1971 y 1972 a 11 personas, se aferró hasta estos días a la batalla titánica que encabezó su abogado Jorge Alfonso, el que más le duró en los últimos 20 años.

Tal como anticipó Infobae hace seis meses, La Sala I de La Cámara de Apelaciones de San Isidro le rechazó el pedido de libertad por agotamiento de pena.

Después de que Infobae revelara que ningún camarista de San Isidro estaría dispuesto a firmar su libertad, el 7 de junio visitaron a Puch, en la Unidad Penal Número 26 de La Plata, el juez Oscar Quintana y su secretario Bernardo Hermida Lozano.

Según trascendió, el llamado Ángel Negro le gritó al juez y le dijo que no quiere salir porque desconfía de su abogado y de la mujer que le salió de garante. Es como si hubiese dado marcha atrás con todo lo que deseaba.

Según trascendió, el llamado Ángel Negro le gritó al juez y le dijo que no quiere salir porque desconfía de su abogado y de la mujer que le salió de garante. Es como si hubiese dado marcha atrás con todo lo que deseaba
Según trascendió, el llamado Ángel Negro le gritó al juez y le dijo que no quiere salir porque desconfía de su abogado y de la mujer que le salió de garante. Es como si hubiese dado marcha atrás con todo lo que deseaba

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“Si salgo, voy a morir”, dijo. Pero antes decía: “Si sigo preso, me voy a morir”. Como había dicho Infobae en otro artículo, Robledo deambula en un laberinto sin entrada ni salida que se refleja en esta frase: “Si salgo en libertad, me muero. Si sigo preso, también”.

Más allá de todo, Alfonso logró que el juez fuera al penal por los problemas de salud de Robledo, que se negaba a comer, y que se autorizara su traslado a un lugar que no fuera carcelario, donde estuviera rodeado por gente de su edad.

La salud del Ángel Negro

Robledo Puch estuvo internado en 2019 por una neumonía bilateral, tiene EPOC, asma bronquial severa, cuatro hernias inguinales y bilaterales, problemas de próstata, de visión y artritis en las manos. Su respiración es muy dificultosa, en algunas oportunidades se queda sin aire, casi no puede ingerir alimentos y se siente muy mal”.

Enterado de esta situación, su abogado Alfonso renunció a la defensa.

En la visita oficial, Robledo luego clamó por su inocencia y habló a los gritos, por lo que los dos hombres de la Justicia interrumpieron el encuentro. Ahí se enteraron que Robledo participa de torneos de ajedrez, pasea por el patio y cocina tortas fritas.

Más allá de todo, su abogado había logrado que el juez fuera al penal por los problemas de salud de Robledo, que se negaba a comer, y que se autorizara su traslado a un lugar que no fuera carcelario, donde estuviera rodeado por gente de su edad
Más allá de todo, su abogado había logrado que el juez fuera al penal por los problemas de salud de Robledo, que se negaba a comer, y que se autorizara su traslado a un lugar que no fuera carcelario, donde estuviera rodeado por gente de su edad

Palabras más, palabras menos, esta es la versión de los 11 asesinatos que le dio Robledo:

“¡Ese expediente dice mentiras! Las boletas no son mías. Son de Ibáñez y su hermano. No hubo testigos que me reconozcan. Yo no estuve en esos crímenes. Fueron mis compañeros de fechorías. Si estuve en los robos”, dice Robledo Puch.

Robledo pareciera autoboicotearse. Se deshizo de otro abogado, el que más lejos había llegado con su defensa en los últimos años. Es como si siguiera en el primer día de detención. Sólo que pasaron 51 años de aquel día en el que el joven con cara de ángel saltó a la oscura fama criminal.

Robledo Puch en los medios

Al día siguiente de la caída de Robledo, sólo el diario Crónica —dirigido por Héctor Ricardo García— informó sobre la detención. Pero en el breve artículo no dio el nombre del asesino: “Pese al hermetismo de la Sección Robos y Hurtos de la Policía de la provincia de Buenos Aires, estamos en condiciones de adelantar que detuvieron a un personaje de sombrío historial. El despreciable sujeto con sus correrías delictivas sembró a su paso sangre inocente. Lo encontraron en su guarida. Degradantes correrías ha cometido quien prefirió el horrible camino del crimen a la verde y honesta conciencia”.

Al día siguiente de la caída de Robledo, sólo el diario Crónica —dirigido por Héctor Ricardo García— informó sobre la detención
Al día siguiente de la caída de Robledo, sólo el diario Crónica —dirigido por Héctor Ricardo García— informó sobre la detención

Crónica le dio al caso hasta seis páginas por día. “Sádico asesino ultimó a 11 personas”, fue el título de la nota principal. La edición vespertina tituló: “Monstruo humano mató a 11 personas”. Creadores de un estilo, los periodistas de policiales de ese diario no ahorraron adjetivos para definir Robledo Puch. Lo llamaron siniestro personaje; despiadado asesino; chacal; fiera humana; asesino pelirrojo; niño muerte; ignominioso Puch; muñeco maldito; carita de ángel; monstruo perverso; gato rojo; tuerca malvado; el maleante del pelo ensortijado; canalla inmoral; asesino unisex. Las notas iban acompañadas por distintas fotos del asesino. “Bien parecido. El rostro aniñado del salvaje”.

Después de seis días de encierro y oscuridad, el asesino reapareció en escena. No estaba solo: lo rodeaban policías y funcionarios judiciales. Su apariencia infantil y angelical sorprendió a las más de doscientas personas que se acercaron hasta la esquina de Maipú y San Lorenzo, en Olivos, para ver la reconstrucción de sus crímenes.

Una multitud desaforada gritó: “¡Asesino!”, “¡mátenlo!”, “¡monstruo!”. En cada operativo, Robledo pasó hasta trece horas con los policías. Ya se acostumbró a escuchar que la gente le gritara “cobarde” o “bestia asesina”.

El desafío a la autoridad

Parece un felino —comentó un policía cuando Robledo se trepó por un techo hasta la claraboya de la concesionaria de autos Puigmarti. Pese a las esposas, se movió con agilidad. “¿Quiere que me las saque yo, que sé como se abren?”, le preguntó a un oficial que no podía sacarle las esposas para empuñar el arma. Un policía hizo del sereno Ferrini.

Su apariencia infantil y angelical sorprendió a las más de doscientas personas que se acercaron hasta la esquina de Maipú y San Lorenzo, en Olivos, para ver la reconstrucción de sus crímenes
Su apariencia infantil y angelical sorprendió a las más de doscientas personas que se acercaron hasta la esquina de Maipú y San Lorenzo, en Olivos, para ver la reconstrucción de sus crímenes

En un momento, el juez Sasson quiso corregir el minucioso relato de Robledo. El chico le respondió con ironía:

—¿Al sereno quién lo mató? ¿Usted o yo?

—¿Por qué lo mataste? —lo interrogó el juez.

—Porque me miraba.

En la reconstrucción de los crímenes de Mastronardi y Godoy, el gerente y el barman de la disco Enamour, una pregunta de Sasson volvió a provocar la ironía de Robledo:

—¿Por qué los mató si estaban durmiendo?

¿Qué quería, que los despertara?

Mientras el joven asesino camina esposado con sus captores, un periodista de canal 13 que cubrió las reconstrucciones anuncia con voz impostada:

—Aquí, en el lugar de los hechos, el gato rojo habla sin inhibiciones. Ahí lo vemos, esmirriado, pelirrojo, ojos avizores que le imprimen una mirada asesina. Parece que lo complaciera recordar cada uno de los detalles de sus andanzas. El niño muerte reconstruyó sus espeluznantes fechorías como si fueran travesuras infantiles. Ha matado a su compinche Somoza con frialdad y ha quedado sin secuaces. Como si fuera poco, el feroz criminal sonríe y gasta bromas.

—Una verdadera muchedumbre aguardó incrédula, en Carupá, la llegada de la fiera humana que en cada reconstrucción muestra una irresistible tentación con el gatillo.

Alardeando de sus matanzas, sin arrepentimiento, relató cínicamente los pormenores de sus horripilantes asesinatos a sangre fría —cuenta un cronista de canal 7.

Al otro día llevan al asesino a la casa de Somoza, donde guardaban las armas. Cuando la madre de su amigo lo ve, le dice:

—¿Todavía te da la cara para venir acá?

Señora, yo no tengo la culpa. Su hijo quiso matarme. Era un hijo de puta.

La mujer se le abalanza. Los policías intervienen y la llevan a un costado.

En las reconstrucciones, Robledo parece un actor principiante que ensaya para cometer un crimen. La representación de la tragedia acontece en cámara lenta
En las reconstrucciones, Robledo parece un actor principiante que ensaya para cometer un crimen. La representación de la tragedia acontece en cámara lenta

En las reconstrucciones, Robledo parece un actor principiante que ensaya para cometer un crimen. La representación de la tragedia acontece en cámara lenta. Robledo, que hace de sí mismo, empuña con torpeza el revólver calibre 32 descargado que le presta un auxiliar policial y vuelve sobre sus pasos para no alterar la puesta en escena: debe repetir todos sus movimientos. Como si tuviera que volver a matar. Es el protagonista, como los héroes de las películas de vaqueros que tanto le gustaban. Ahora le sacan fotos y una multitud está ahí por él, aunque no para aclamarlo como un justiciero del Lejano Oeste. Desde lejos, todo parece irreal: un arma de fuego sostenida por sus pequeñas manos recrea una escena inverosímil. La manera de extender el brazo derecho cuando simula tirar —la mitad de su cuerpo se vuelve rígida; la otra, frágil— hace pensar que el chico nunca disparó un revólver.

—El pibe hace todo lo que le decimos. Nunca vi tanta frialdad —comentó un detective.

Pero al otro día, el joven asesino lloró sin consuelo.

Cuando volvió a escuchar que la gente quería hacer justicia por mano propia, les dijo a los guardias:

Déjenlos que me maten, así se termina todo.

Ahora piensa lo mismo.

Si se queda en la cárcel, muere.

Si sale, también.

Eso piensa él, que al matar se mató a sí mismo.

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