“Me dijeron que mi bebé estaba muerto y revivió”: ahora necesita de todos para mejorar su calidad de vida

Máximo Zavala (7) es un sobreviviente. Casi muere ahogado. Le quedaron secuelas irreversibles, y da batalla día a día. Sabrina Chirino, su madre, apela a a la solidaridad para conseguir una silla ortopédica postural y órtesis para sostener sus brazos y piernas

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Máximo sobrevivió a una tragedia, casi muere ahogado en un pileta. Ahora su madre pide asistencia para mejorar su calidad de vida
Máximo sobrevivió a una tragedia, casi muere ahogado en un pileta. Ahora su madre pide asistencia para mejorar su calidad de vida

Era un martes de invierno en plena pandemia. Frío, nublado. Sabrina Chirino (34) tenía que ir a trabajar, y sin clases presenciales ni tener con quien dejar a su hijo, lo llevó al restaurante donde trabaja de bachera. “Lo veía ir y venir mientras limpiaba el local”, recuerda. Hasta que lo perdió de vista. Cuando salió a buscarlo, no lo encontró.

Hasta los seis años Máximo Zavala era un niño inquieto, alegre, estudioso y amante de su club: River Plate. Todo eso cambió aquel 14 de julio del 2020, cuando se tropezó y se cayó a una pileta. Aún no sabía nadar. “Estaba sumergido boca abajo, flotando, sin ningún tipo de reacción”, rememora con dolor su madre. Ante esa imagen que aún le cuesta borrar de su memoria, a Sabrina no le alcanzaron las piernas para socorrerlo. Como no estaba sola, el jefe de cocina se tiró al agua y lo sacó. Durante unos minutos le hizo RCP. “Cuando lo rescataron me dijeron que no tenía signos vitales”, remueve aquella angustia.

Sabrina tiene 34 años es camarera y tiene dos hijos: Máximo de 7, y el mayor de 15
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Sabrina recuerda cada segundo de desesperación. Una sensación que aún permanece. “Lo llevé en brazos al Hospital pediátrico local de Humberto Notti. Estaba pálido, no se movía, parecía muerto, pero revivió. Le salvaron la vida después de reanimarlo durante varios minutos. La espera fue una tortura. Me arrodillé y le pedí a Dios que no se lo llevara”.

Máximo se portó como un guerrero, algo que aprendió de su madre. Cuando recuperó los latidos del corazón lo derivaron a terapia intensiva. “Nadie me daba esperanzas, por eso creo que Dios tiene la última palabra ”, asegura la madre. Estuvo internado un mes y medio en coma farmacológico. Contra todos los pronósticos médicos, a fines de agosto despertó. Sabía que había posibilidades de secuelas graves por la hipoxia generada y la confirmación llegó a través de varios estudios neurológicos. La falta de oxígeno le provocó un daño cerebral irreversible. El dato obedece a la preocupación de esta madre que sólo busca mejorar la calidad de vida de su bebé.

Máximo nació en San Martín, Mendoza, y acaba de cumplir siete años. “Fue un niño muy buscado. Yo ya tenía a Lisandro, que hoy tiene 15 años. Su llegada completó la familia”, dice. Pero hoy casi no tiene vínculo con su padre, que desde que se separó de Sabrina no lo visita.

Volver a casa

Sabrina dice que ya no duerme como antes. También debió dejar de trabajar para poder estar al lado de su hijo, ya que este perdió la totalidad de la autonomía. Vive las 24 horas del día para su hijo y hace malabares para costear toda su asistencia de salud. No cuenta con ahorros ni obra social. “Mi bebé ahora se alimenta por gastrotoma (una sonda con medicación directo al estómago). Usa unos 100 pañales al mes y tampoco puede caminar”.

A pesar de eso, madre e hijo conservan una complicidad singular. “Sonríe cuando me ve llegar, me responde con miradas, se hace entender. También va a una escuela especial de la zona. Ese es el único momento que tengo para hacer changas y llevar algo de dinero a casa”.

Saca fuerzas de donde no tiene. Desde el trágico episodio, la rutina familiar se divide entre visitas a los consultorios médicos del Hospital Notti, sesiones de kinesiología y terapia ocupacional para estimular sus funciones. “Los especialistas me dicen que no hay mucho más que hacer para mejorar su calidad de vida”. Ella no baja los brazos y mucho menos pierde las esperanzas: “Lo veo con tanta fortaleza. Se salvó de milagro, nada le fue sencillo, así que tengo fe que se va recuperar”, dice.

Para un mejor día a día, Maxi requiere de una silla ortopédica postural, lo que le permitirá estar cómodo sentado, y a su vez un mejor desplazamiento. Cuesta alrededor de $ 100.000. Una suma impagable para ella. Al igual que dos ortesis para sujetar sus brazos y piernas, dispositivos para evitar los espasmos musculares y que se acorten los tendones de los miembros.

Su vida ha cambiado tanto que ya no sabe qué espera para el futuro: “No pienso más allá del día a día. No proyecto. Tengo que ser realista. Eso sí, quiero lo mejor para él. Si él pudo, ¿cómo no voy a poder yo”?.

Para colaborar con Maxi:

No. de cuenta Banco Francés 0170269140000004639181

Mercado Pago: film.cada.jefe.mp.

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