La unidad de Juntos por el Cambio es más necesaria que nunca

La coalición opositora sigue siendo la única esperanza de una Argentina republicana y de progreso. Y además deberá ejercer un férreo rol de control de los desvíos constitucionales en que puedan incurrir el próximo gobierno

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Mesa Nacional de Juntos por el Cambio
Mesa Nacional de Juntos por el Cambio

El peronismo tiene un piso electoral alto en cualquier elección presidencial. Los politólogos podrán explicar los motivos de ese fenómeno, pero para cualquier analista y, sobre todo, para cualquier dirigente político, es un dato de la realidad. Hay alrededor de un tercio de los votantes que lo acompañan aún en los peores momentos. Por lo tanto, dado que ninguno de los partidos no peronistas es individualmente competitivo en ese escenario (lo fue la Unión Cívica Radical por algunos años a partir de 1983), la única forma que tienen de ganarle al peronismo es unirse.

Así triunfó Cambiemos en 2015. Y todo indicaba que esa victoria, ahora como Juntos por el Cambio, se repetiría este año. La mesa estaba servida. Un pésimo gobierno nacional era percibido por todos en retirada. El propio oficialismo lo entendía de esa manera y solo aspiraba a conservar la estratégica provincia de Buenos Aires. Los muy buenos resultados de la coalición opositora en las elecciones legislativas de 2021 la ponían en las puertas del gobierno nacional a partir del 10 de diciembre de este año, especialmente porque la economía se deterioraba cada vez más. Quien ganara las elecciones primarias de Juntos por el Cambio, se decía, sería el virtual presidente electo.

Y, sin embargo, pasaron cosas. La irrupción de Javier Milei, con sus gritos, su discurso antisistema y sus propuestas simplistas, canalizó el voto de muchas personas indignadas. No les faltaba razón en su enojo y era inútil advertirles de las consecuencias de esa reacción puramente emocional. El resultado fue la partición de la oposición, que es todo lo que el peronismo necesita para ganar.

Es claro que las cifras obtenidas por el movimiento fundado por Juan Perón son de las más bajas de su historia, pero, aun así, con una oposición dividida, le sirven para ingresar al balotaje y erigirse, hoy al menos, como el más probable ganador en la segunda vuelta.

Es verdad que Sergio Massa contribuyó a esa situación. Él y sus empresarios amigos inflaron a Milei para crear una escisión en el campo opositor. También Massa le aportó al libertario dirigentes para integrar sus listas parlamentarias y acaso algunos apoyos sindicales. Después de las PASO, advirtió que la dosis de la medicina había sido excesiva. Nadie esperaba que Milei obtuviera alrededor de 30% de los votos y se ubicara primero. Entonces comenzó el operativo para desinflarlo, sembrando el miedo (que también se dirigió contra Patricia Bullrich, sobre las consecuencias del triunfo de las opciones no peronistas). Se usaron a mansalva y violando la ley los recursos del Estado para favorecer a un candidato y enlodar a los demás, como se vio en todos los ámbitos, por caso con los ferrocarriles, en cuyas estaciones a través de pantallas electrónicas se asustaba a la gente con leyendas que señalaban que si perdía el oficialismo las tarifas subirían a niveles siderales.

El Plan Miedo y el Plan “Platita”, que significó hasta ahora, un impacto de 3 billones de pesos, (alrededor de un 3% del PBI u 8.000 millones de dólares, como se lo quiera mirar) funcionaron aceitadamente. Y lo seguirán haciendo ahora. Con absoluta irresponsabilidad, porque siguen echando más nafta a la hoguera de la inflación.

Milei creyó que su inesperado triunfo en las PASO ya lo catapultaba a la presidencia en primera vuelta y no dejó errores por cometer. En su caso, el miedo no tenía que ser inducido: surgía de sus propias palabras y de las de sus dirigentes más cercanos, como la impresentable señora Lemoine, con su proyecto de renuncia a la paternidad, o los Benegas Lynch, que viven en un mundo de fantasía, predicando un liberalismo económico extremo que no se practica en ningún país del mundo, lo que les permite alegremente proponer tanto la privatización del mar y las ballenas como la ruptura de relaciones con el Estado del Vaticano porque no les gusta el Papa Francisco.

Lamentablemente, la única alternativa seria y racional al populismo kirchnerista, encarnada por Patricia Bullrich, pagó el precio de esa condición en un contexto favorable a la irracionalidad y al pensamiento mágico. Ella se desempeñó con fidelidad a los valores sustentados por Juntos por el Cambio, con esfuerzo, convicción y coraje. Nada hay que reprocharle, más allá de los análisis que nos permitan desentrañar en qué fallamos como coalición opositora. Antes bien, merece toda nuestra gratitud y respeto.

Es imprescindible que Juntos por el Cambio se mantenga unido. Sigue siendo la única esperanza de una Argentina republicana y de progreso. Y además deberá ejercer un férreo rol de control de los desvíos constitucionales en que puedan incurrir tanto Massa como Milei.

Sería hipócrita negar que quienes con tanta ilusión trabajamos por el triunfo de Patricia Bullrich sentimos una profunda frustración al no poder siquiera participar de la segunda vuelta, que se disputará entre dos populismos. Pero la política, como la vida misma, es lucha. Y la Argentina de nuestros hijos y nuestros nietos es más importante que la desazón que ahora vivimos.

Ahora bien, por más que las dos opciones que tendremos en el balotaje están muy lejos de nuestra simpatía, una de ellas triunfará: Massa o Milei serán presidentes a partir del 10 de diciembre próximo. Y, aunque nos desagrade, debemos comprender que tanto nuestro voto positivo como nuestra abstención o voto en blanco o nulo incidirán en el resultado. Cada ciudadano debe meditar, en absoluta libertad, lo que hará.

Por mi parte, sin negar todas las reservas que mantengo, he de privilegiar la derrota del kirchnerismo, a quien he combatido en el Congreso, en los medios periodísticos y en los estrados judiciales, y de su candidato Sergio Massa que ha demostrado largamente carecer de escrúpulos y poseer una acendrada vocación autoritaria que intentará emplear para construir una nueva hegemonía que liquide los últimos restos de la República.

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