En Gaza murió el progresismo

El ataque de Hamas, con sus violaciones, asesinatos, secuestros y sadismo, fue una gran oportunidad para que muchos formadores de opinión, periodistas y políticos “salieran del clóset” del antisemitismo

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Juguetes y artículos personales para niños yacen en el suelo manchado de sangre de la habitación de un niño, tras una infiltración mortal de Hamas en el Kibbutz Beeri, en el sur de Israel (REUTERS/Ronen Zvulun)
Juguetes y artículos personales para niños yacen en el suelo manchado de sangre de la habitación de un niño, tras una infiltración mortal de Hamas en el Kibbutz Beeri, en el sur de Israel (REUTERS/Ronen Zvulun)

Cuando tenía 17 años, recién salido del colegio secundario, me inscribí en la Facultad de Filosofía de Buenos Aires por dos razones: la primera, porque creía que, para ejercer mejor mi vocación (el periodismo), necesitaría mucha solidez intelectual. La segunda, porque estaba convencido de que había una batalla cultural que era posible dar, contra lo que en esa época consideraba “el pensamiento hegemónico”. En este segundo punto acordábamos muchos de mis compañeros: si tan sólo pudiéramos dialogar con los que pensaban distinto, los convenceríamos de que estaban equivocados. Siempre han existido los extremistas que no están dispuestos a dialogar y buscan la “utópica revolución”. Pero recuerdo que éramos muchos los que buscábamos la verdad, creíamos tener las herramientas y las ganas de encontrarla, y estábamos seguros de que, en una discusión intelectual, trayendo pruebas irrefutables, la hallaríamos de nuestro lado. Eso sí, era una búsqueda honesta, porque estábamos dispuestos a reconocer nuestro error si existiera (aunque no voy a negar que estábamos convencidos de que no erraríamos). De eso, pasaron 20 años. Por ese entonces, el concepto “progre” no era algo peyorativo. Al contrario, la etiqueta de “progresista” era una que hubiera vestido con orgullo. El progresismo de ese entonces (creo) buscaba desbancar con pruebas, con un razonamiento lógico e intelectual, que el poder hegemónico estaba equivocado. Los ataques terroristas contra Israel y, sobre todo, la reacción de aquellos que se consideran “progresistas” hoy en día, me han convencido de que ese concepto, como lo conocíamos, ha muerto.

En los últimos días hemos visto una catarata de contradicciones, mentiras y distorsiones por parte de “auto-percibidos” de izquierda que sólo dejan dos opciones: o son virulentamente ignorantes, o decididamente antisemitas.

No quiero detenerme en un análisis de los hechos ni en mi opinión personal sobre los mismos (para un excelente repaso de la situación, con un contexto histórico, recomiendo escuchar el genial editorial del periodista Ernesto Tenembaum al respecto), sino en la reacción ante la barbarie de algunos con los que hubiera creído compartir filas.

El ataque de Hamas, con sus violaciones, asesinatos, secuestros y sadismo, fue una gran oportunidad para que muchos formadores de opinión, periodistas y políticos “salieran del clóset” del antisemitismo. Pero eso no es todo: también demostró cómo algunas personas o grupos han vandalizado la palabra “progresismo”, creyendo ser dueños de la misma y con el derecho de reformar su significado, llevando así a la muerte del concepto.

¿Cómo alguien que realmente defienda las ideas y la discusión intelectual puede respaldar a una agrupación que mata bebés a sangre fría delante de sus padres? ¿Cómo puede ser que muchos de los que marcharon por las defensas de las minorías apoyan a un grupo que, de tener la posibilidad, lo primero que harían sería aniquilar a esas mismas minorías? ¿Cómo hay políticos/artistas/periodistas que agitan pañuelos verdes y banderas LGTB+ que no dicen nada ante una organización que asesina en público a cualquier colectivo de identidad sexual que no les caiga bien, que somete a las mujeres como pocos y que usa a su propia población como escudos humanos?

No estoy diciendo que deben apoyar a Israel. Pero resulta intolerable que “los progres” no digan absolutamente nada. O, lo que es peor, digan algo y le agreguen un “pero”. Que se entienda, cada vez que alguien cuestiona a Hamas y después agrega un “pero”, es como si estuviera diciendo, para ilustrar el caso, “pero tenía la pollera corta…”.

¿En qué momento permitimos que estos extremistas nos roben el progresismo? ¿Con qué derecho lo hacen?

Yo soy judío, religioso y vivo en Israel. No es precisamente el perfil de un “progresista”, pero los que juzgan por las imágenes me tienen sin cuidado. En estos días, me han dicho de todo menos “lindo” algunos con los que, seguramente, hubiera compartido ideales y luchas. Eso, a esta altura, no me molesta. Lo que sí creo que es preocupante es que estos muchos integrantes de estos sectores son los que se auto-definen como “progresistas”. Los mismos que no son capaces de reconocer que se equivocaron ni aunque lo vean frente a sus narices. Los mismos que empiezan a debatir si a los bebés los decapitaron o “simplemente” les pegaron un tiro en la frente. Los mismos que pusieron el grito en el cielo cuando creyeron que Israel bombardeó un hospital y luego guardaron silencio cuando se comprobó que fueron los propios terroristas (aunque otra agrupación).

Los partidos que se hacen llamar de izquierda están traicionando a todos aquellos que tenemos simpatías por ideas socialistas, por una simple razón: porque ellos mismos se han convertido en talibanes que plantean posturas desde la comodidad que les brindan las democracias occidentales. Cualquiera es un revolucionario desde la comodidad del sillón. ¿Qué sucedería con las agrupaciones feministas que respaldan a Hamas si osaran pisar un país de Medio Oriente que no fuera Israel? ¿Y con los activistas LGTB+? ¿Ellos tienen “pares” en estos países?

Después muchos se rasgan las vestiduras cuando notan que varios lugares del planeta van dando “giros a la derecha”. Pero nunca se animan a preguntarse “¿No será que estamos ahuyentando a los nuestros?”. Porque, claro, eso implicaría reconocer que, al menos en algo, se están equivocando. Y eso sería una traición. Eso podíamos hacerlo los que nos considerábamos progresistas hace unos 20 años. No ahora.

Sin embargo, creo que todavía es posible revertir la situación. Que llegará el momento en que cierta juventud reconocerá que la gran fuerza del verdadero progresismo ha sido siempre la discusión intelectual. Que es en el campo de las ideas, en el que reconocer un error hace que evitemos repetirlo en el futuro, y en el que la verdad no debe ser ignorada jamás, sino buscada, es en donde se puede construir. Pero para eso es necesario darle un espacio a la posibilidad de que, tal vez, al menos en algo, el otro tenga razón. Esto es posible si esta juventud decide despegarse de los que hoy son sus dirigentes. Porque, frente al ataque de Hamas, los líderes del centro-izquierda y la izquierda han traicionado la honestidad intelectual para convertirse en fanáticos de sus propios ombligos.

En Gaza murió el progresismo tal y como fue concebido. Debe ser refundado, antes de que los dirigentes y voceros de hoy terminen de echar a todos los que más o menos tienen cierto pensamiento crítico.

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