La región y Argentina vistas desde la Casa Blanca

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Como solía advertir el gran astrónomo y científico Carl Sagan al hablar de la posibilidad de vida extraterrestre: "Mi intuición personal es que no estamos solos". Quizás eso mismo ya deba aplicarse al título de esta columna. Ya pocos observadores nacionales e internacionales dudan del rol central que tuvo la administración Trump para viabilizar que la Argentina recibiese el vía libre del FMI para un programa de 50 mil millones de dólares. En las semanas previas, parte sustancial de nuestro círculo rojo político, empresarial y periodístico enfatizaron que a lo máximo que se podía aspirar era a una cifra levemente por debajo de los 30 mil millones. Cuando alguno de sus interlocutores, incluyendo quien escribe estas líneas, mencionaba la posibilidad de una decisión política y estratégica de la Casa Blanca que motivara una casi duplicación de ese monto, la respuesta solía ser una sonrisa socarrona y el argumento, y en algunos casos el deseo de que no fuera así. Que el FMI no era diferente al que le tocó a la Argentina padecer en 2001 y 2002, así como tampoco habría mayor contraste entre la no ayuda de George W. Bush a nuestro país en esos críticos momentos con los del actual mandatario americano.

Desde ya, cuando se conoció la cifra final, no esperada, el círculo rojo pasó a una nueva fase en donde se combinaron dos nuevas máximas: "no alcanzará de todas formas" y "además se incumplirán las metas". Como suele ocurrir, con el mismo énfasis de cuando se descartaba la cifra de 50 mil millones. Todo ello condimentado sobre la escasa posibilidad de que pasáramos a ser mercado emergente. Cuando eso se dio, el argumento mutó a que no representaba gran cosa y que era natural que mejorara la calificación, ya que se habían desmontando los controles a los flujos de capitales.

Más allá de la limitada capacidad de procesar y articular información de lo que debería ser nuestra élite más lúcida, informada y prudente, todo estos eventos mostraron la importancia de una relación constructiva y positiva, a nivel institucional y personal, entre Macri y Trump. Desde ya la postura amigable de Alemania, China y Francia, entre otros, son mérito de una diplomacia que comprende los rasgos más multipolares de sistema internacional. Especialmente en el plano económico, financiero y comercial. El ascenso de Macri al poder se dio en un momento en donde nuestra región presentaba ciertos vacíos de liderazgos. La crisis que derivó en la caída del PT del poder en Brasil, los problemas de la administración Bachelet en Chile, los cuestionamiento que tenía Santos en Colombia por el proceso de paz con las FARC, el aguda deterioro en la popularidad de Peña Nieto en México, la inestabilidad política en Perú y la larga agonía de Venezuela, posicionó al Gobierno argentino en un lugar privilegiado para que desde los países democráticos y desarrollados del mundo se mostrase la posibilidad de una salida pacífica e institucional de períodos de populismo extremo y retóricas antioccidentales.

Si bien en un primer momento el Gobierno argentino asumió un perfil discursivo que veía la inevitabilidad de la victoria de H. Clinton y hasta la conveniencia que percibía la comunicación oficial en evitar una supuesta imagen de derechización de Macri teniendo una postura totalmente neutra o, peor aún, favorable a Trump pese a su vieja relación personal con mandatario argentino, la Casa Rosada supo encarrilar rápidamente la situación pos enero 2017. Estando los frutos a la vista. Pese a abrumadora dosis de desequilibrios macroeconómicos heredados y un tercio de la población en la pobreza, nuestro país aparecía a los ojos de Washington y otras capitales claves del mundo como una experiencia digna de respaldo retórico y llegado el caso material. No obstante, sin que ello sea sinónimo de alarma extrema o tremendismo, algunos procesos que se están dando en la región pueden restar más y más visibilidad al caso argentino. Desde ya antes de avanzar en este sentido, cabría reconocer que el presidente Macri ha sido desde su primer día de mandato muy reticente, y con justa razón, a pretender un papel de liderazgo regional. Buena noticia la capacidad de evitar caer en los egocentrismos y las exageraciones que se dieron en épocas pasadas.

Pero volvamos a los procesos a los que hacemos referencia. Uno de ellos es la victoria de Iván Duque en Colombia, un aliado de ex presidente Álvaro Uribe. Dotado de un abierto discurso pro mercado y de fuerte relación diplomática, económica y de seguridad con los Estados Unidos. Más recientemente, esta vez con retórica de centroizquierda, el amplio margen de votos por los que Andrés Manuel López Obrador llega a la primera magistratura de México. Con una personalidad frontal y volcánica como su colega Trump, cabe esperar fricciones y chispazos pero acuerdos y consensos más fuertes y rápidos de los que muchos esperan y desean. Finalmente, el próximo octubre se sabrá qué dos candidatos pasarán a la segunda vuelta por la presidencia del Brasil. Si bien aun reina la incertidumbre, existe un relativo consenso entre los especialistas que el provocativo y polémico diputado, desde 1991, y capitán retirado del Ejército, Jair Bolsonaro, sería uno de los contendientes. Sea enfrentando al candidato del PT o extra partidario que señale Lula desde prisión o a la ecologista Marina Silva. De producirse la victoria de Bolsonaro, sería el primer gobernante brasileño con un discurso abiertamente alineado con los Estados Unidos desde 1964 (y quizás la breve gestión de Collor de Mello).

Asó como sus referencias duras y sin filtro contra la amenaza del comunismo dentro del Brasil, Venezuela y otros países y también una posición de defensa del mercado y el capitalismo, que las últimas semanas ha venido acentuando con su reciente propuesta de un inmenso plan de privatización de las empresas estatales. Incluyendo las consideradas estratégicas. De más está decir la posibilidad cierta de una excelente química de Bolsonaro con Trump. Ni el triunfo de Duque, de López Obrador ni el eventual del ex militar brasileño son necesariamente malas noticias para nuestro país y el Gobierno. Pero sí requiere de un eventual replanteo o calibración del perfil de nuestra política exterior y discurso económico, en una América Latina donde afloran liderazgos y proyectos que sin duda generarán gran interés en Washington.