Con un Hamas armado, la reconciliación palestina es un callejón sin salida

Cuesta ver que la Autoridad Palestina siga obteniendo apoyo financiero exterior si se integra Hamas en su organización sin abandonar las armas ni reconocer a Israel.

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Es una escena que se ha repetido en los últimos años. Un amplio grupo de palestinos, todos hombres, de las facciones rivales Hamas y Fatah, junto con algún representante de un país árabe cercano actuando como interlocutor, se estrechan las manos ante un gran número de periodistas y cámaras. Como las otras veces, los medios de comunicación internacionales se llenan de titulares que hablan del acuerdo de reconciliación palestina definitivo, el fin del cisma entre las facciones y el inicio de una nueva era de unidad en la política palestina. Ha vuelto a pasar hace escasas fechas.

Pero el lector ha de saber que esta no es la primera vez que sucede. Es importante subrayarlo, porque, de lo contrario, se puede llevar a la confusión a la opinión pública internacional, que creería que este paso es un enorme avance hacia la resolución de un conflicto que asola a Israel y los palestinos desde hace décadas. Cabe hacerse la pregunta: ¿Podemos esperar algo de la enésima reconciliación entre Fatah y Hamas? La respuesta directa es clara: no mucho mientras no salga de la ecuación la violencia.

En este caso, una de las partes del acuerdo de reconciliación, Hamas, es una organización que se apoya en la violencia estructural. Su brazo armado es una extensa milicia terrorista que representa una seria amenaza para los israelíes, y su brazo político insiste en no reconocer la legitimidad del Estado de Israel, además de mantener a la población gazatí bajo un férreo y asfixiante control. De momento, este pacto de reconciliación no ha dado muestras de que empuje a Hamas a abandonar sus posiciones extremistas y terroristas fundacionales. Si no cambian mucho las cosas, este intento de unificar la voz de los palestinos está llamado al fracaso.

En la última década se han firmado varios acuerdos de reconciliación entre los dos grupos, que han estado en desacuerdo desde la toma de control de Hamas de la Franja de Gaza, en 2006. Esta es una escena que los palestinos ya han visto antes, así que es lógico que sus expectativas no sean muy altas. Como ha sucedido en otras ocasiones, una vez firmado el acuerdo, las costuras estallan cuando se trata de implantarlo sobre el terreno. Las partes no están dispuestas a ceder un ápice de su poder. Ya sucedió con el pactado gobierno de unidad tecnocrático alcanzado en 2014, nombrado por Fatah y Hamas, compuesto por miembros sin afiliación política. El inmovilismo de las facciones hizo que los cargos no fueran más que meras posiciones ceremoniales, y nada más.

Es lo que estamos viendo en este enésimo intento de reconciliación. Hasta ahora, la naturaleza del nuevo pacto de unidad es puramente simbólica, con los más importantes asuntos aún por resolver. Mahmoud Abbas, presidente de la Autoridad Palestina, gestionada por Fatah, insiste en que no quiere para los territorios palestinos un modelo como el de Hezbollah en Líbano. Esto es, una milicia terrorista que suplanta al Estado y secuestra la voluntad de los ciudadanos comunes. Pues esto es lo que pasa en Gaza con Hamas, y si los islamistas quieren hacer caso a las palabras de Abbas, tendrían que desmantelar sus brigadas militares, abandonar sus armas y permitir que las fuerzas de seguridad de la Autoridad Palestina controlen Gaza. Las posibilidades de que esto ocurra son casi nulas, a pesar de que representaría el gran cambio que todos esperan para dar un salto cualitativo hacia la paz y la resolución del conflicto.

Por mucho que se haya alcanzado un acuerdo, las posiciones de ambas facciones son irreconciliables. Abbas mantiene una coordinación de seguridad entre la Autoridad Palestina y el ejército israelí, algo que Hamas no está dispuesto a aceptar. Desde una perspectiva internacional, cuesta ver que la Autoridad Palestina siga obteniendo apoyo financiero exterior si se integra Hamas en su organización sin abandonar las armas ni reconocer a Israel.

Con estas perspectivas, es lógico que desde Israel se haya recibido este acuerdo con recelo y cautela. El primer ministro Benjamin Netanyahu ya ha dejado claro que apoyar este acuerdo sin que Hamas reniegue del terrorismo supondría un paso atrás para la paz. Considerando las dificultades para que un acercamiento de esta naturaleza entre facciones palestinas tenga éxito, ¿por qué tantas prisas para firmarlo?

Visto desde fuera, parece que obedece más a un juego de poderes interno palestino que a una firme voluntad de limar asperezas y reunificar la política. La legitimidad de Abbas en Cisjordania con Fatah está cada vez más en entredicho entre los habitantes de ese territorio, mientras que, en Gaza, sus pobladores están al borde del estallido social, ahogados por el militarismo extremista de Hamas. Este acuerdo parece más bien un caramelo envenenado, capaz de hacer daño por igual a ambas facciones y destinado a poner aún más obstáculos hacia la paz en la región.