“El hijo del peluquero”, la que podría ser la mejor novela de Gerbrand Bakker

J. M. Coetzee ha dicho que este es el mejor trabajo de ficción del autor neerlandés. ¿De qué se trata?

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El escritor neerlandés Gerbrand Bakker es el autor de "El hijo del peluquero". (A quatro manni).
El escritor neerlandés Gerbrand Bakker es el autor de "El hijo del peluquero". (A quatro manni).

Es el año 1977, en Ámsterdam, una mujer le dice a su esposo que está embarazada y acto seguido, este desaparece sin dejar rastro. El esposo se llama Cornelis y es peluquero; la esposa luego se entera de que ha tomado un vuelo con destino a España, pero no ha completado su itinerario. El vuelo se ha estrellado y todos han muerto.

Años después, el hijo de la pareja, un joven ya, hereda la peluquería en la que trabajó su padre, la misma que pertenecía a su abuelo, pero él no disfruta del oficio familiar y olvida con frecuencia quitar el cartel de “cerrado” de la entrada del local. Lo que menos espera Simón es que el pasado de su padre se haga presente y le dé la vuelta a todo lo que conoce, incluida su visión sobre trabajar en ese lugar.

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Esta es la trama de “El hijo del peluquero”, del escritor neerlandés Gerbrand Bakker, ganador de los premios Llibreter, IMPAC e Independent Foreign Fiction Prize (Booker International). Alrededor de 240 páginas, en su edición en español, los lectores se internarán en una vibrante historia, narrada con enorme sensibilidad, por uno de los autores más interesantes del panorama actual de la literatura de su país.

El escritor sudafricano, J. M. Coetzee, ganador del Premio Nobel de Literatura en 2003, ha dicho que esta novela es, sin duda, el mejor libro de Bakker hasta el momento, y eso que el neerlandés había dejado la vara bastante alta con su novela “Todo está tranquilo arriba”, traducida a más de 20 idiomas, que le ha permitido ser reconocido a nivel internacional con distintos premios, entre los que destaca el IMPAC, cuyas nominaciones corren por cuenta de bibliotecas públicas de todo el mundo.

Lo cierto es que “El hijo del peluquero” es una gran pieza, de enorme factura literaria, concebida con elocuencia para reflexionar sobre temas como los vínculos familiares, el duelo y el sentimiento de pertenencia.

Portada del libro "El hijo del peluquero", de Gerbrand Bakker. (Rayo verde editorial).
Portada del libro "El hijo del peluquero", de Gerbrand Bakker. (Rayo verde editorial).

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“Lo mejor de Bakker son las subtramas —desde charlas en una peluquería hasta visitas a pubs— que le dan vida a los personajes. Los acontecimientos son cotidianos y los diálogos, naturales: no sabes qué es, pero hay algo que te conmueve y, en medio de todo, aparece aquel escritor que lo convierte en una ficción creíble. ¡Ojalá no tengamos que esperar tanto para una nueva novela!”, ha reseñado el diario Dagblad van het Noorden.

En esa misma línea, el NRC Handelsblad ha dicho que Bakker “ha escrito una novela irresistible, en la que demuestra su atrevimiento literario y su firmeza al escribir. Sin pretensiones ni ruido, pero con una gran precisión, demuestra ser uno de nuestros mejores escritores”.

Bakker, nacido en 1962, es filólogo y escritor. Antes de dedicarse a la escritura de obras de ficción, trabajó como traductor de documentales de naturaleza y series de televisión. Es uno de los autores del Diccionario etimológico del holandés”. Su oficio como jardinero, actividad a la que aún se dedica, le ha permitido tener una sensibilidad con las plantas y las flores, ideal para concebir este tipo de trabajos.

Cinco de sus obras han sido traducidas al español: Todo está tranquilo arriba” (2012), Diez gansos blancos” (2013), Los perales tienen la flor blanca” (2015), Junio” (2019), y claro, “El hijo del peluquero”.

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A propósito de esta última, compartimos, vía Rayo verde Editorial, el inicio de la novela.

1.

Igor nada. Bueno, no, nadar no es la palabra adecuada, no tiene ni idea de braza ni de crol, al parecer nadie ha logrado enseñarle a nadar. Se mueve por el agua tibia y poco profunda. Camina y parece descubrir, una vez tras otra, que es mucho más fácil caminar en suelo seco. Le flojean las rodillas y traga agua clorada porque se olvida de cerrar la boca. Tose y eructa, de vez en cuando, suelta un grito y la mujer del traje de baño de color naranja chillón le responde, también a gritos:

—¡Igor! ¡No grites!

La otra mujer, la del traje de baño de flores, lo sosiega y le dice:

—Boca cerrada, Igor. Si el agua te cubre, tienes que cerrar la boca.

Las dos mujeres vigilan que nadie se ahogue. No solo está Igor. Algunos sí saben nadar, hasta hacen largos. Una chica lleva unas gafas de natación; en cada giro se las quita, intenta secarlas soplando sobre ellas y luego se las vuelve a poner. Nada imperturbable de un lado a otro, todo el mundo se aparta para dejarla pasar. Todo el mundo, menos Igor. Igor la agarra, le tira de las piernas, intenta quitarle las gafas; quizá cree que así él también podrá nadar.

—¡Igor! —grita la mujer estricta—. ¡Suelta a Melissa! ¡Déjala en paz!

Fuera brilla el sol, en la piscina hay casi tanta luz como al otro lado del ventanal. Podría ser verano, podría ser invierno. Igor tiene poca noción de las estaciones, cuando salga a la calle ya verá si hace frío o calor. Árboles desnudos o con hojas, eso no le permite saber qué estación es. Igor es el más grandote del grupo. Es un chico robusto y bien formado, casi un hombre. Por fuera no se le nota nada, podrías cruzarte con él en Kalverstraat y pensar: caramba, qué guapo. Su bañador es azul claro, su pelo, negro, su piel, clara. Dos chicos que podrían ser hermanos le golpean la cabeza con unos flotadores alargados y flexibles. Lo que hace uno, el otro lo imita, como si fueran gemelos. A veces, Igor reacciona, pero normalmente no.

—Beuahh —dice.

2.

—¡Henny! ¡Sabes perfectamente quién es! ¿Me escuchas, alguna vez, cuando hablo? Parece que no, en serio. Nunca me has escuchado, siempre vas a lo tuyo. ¿Es porque no has tenido padre? ¿Porque te has criado solo con una madre? Sabes que todas las semanas voy a nadar con los discapacitados, ¿no? ¡Llevo años haciéndolo! No es que me paguen mucho, pero bueno, tampoco lo hago por eso. Lo sabes, ¿no? Y no lo hago sola, sería imposible, son demasiados y se podría ahogar alguno sin que me diese cuenta, porque he dicho «nadar», pero por supuesto que en realidad lo que hacen no es nadar, porque no saben. Chapotean un poco, van de un lado a otro, se agarran a un flotador… Ya sabes cómo es la piscina pequeña, ¿no? ¡Tú vas a esas piscinas al menos dos veces por semana! La pequeña solo tiene un metro veinte de profundidad. Pero créeme, con eso basta, podrían ahogarse. Por eso siempre, siempre, somos dos. Henny y yo. Y ahora Henny va y desaparece. Bueno, no es que haya desaparecido literalmente, no; sé que está en alguna de las Islas Canarias con su nuevo novio, uno de esos albañiles que solo trabajan en negro, con cadenas de oro y aspecto curtido, cabeza calva y un diente roto que se niega a arreglarse. Pues eso, que desapareció de un día para otro y ahora me ha mandado un mensaje de WhatsApp diciendo que a lo mejor tarda en volver. «Ko y yo estamos tan a gusto aquí», dice. Ni mu sobre la hora de natación, ni una disculpa. Que nadan en la piscina todos los días y se toman un par de copas de vino rosado antes de cenar, dice. ¿Simon? ¿Me estás escuchando? ¿Oyes lo que te digo? Y me manda la foto de las dos copas de vino rosado, así que el albañil ese también toma vino rosado, apuesto a que él no les ha mandado la foto a sus colegas. Dice que no se bañan en el mar, que todavía hace demasiado frío, y que las noches son maravillosas, no quiero ni pensar a qué se refiere. Espero que se haya comprado un traje de baño nuevo, porque esa cosa de florecitas que lleva siempre es un auténtico adefesio, pero aquí eso no es un problema porque solo estamos esos retrasados y yo para verlo. Uy, perdón, he dicho retrasados, pero eso no se dice. Nunca sé exactamente cómo llamarlos, pero bueno, tampoco nos oye nadie. A lo que iba… ¿me estás escuchando? Tienes que ayudarme. Te necesito. No puedo controlarlos yo sola, porque te despistas y se te ahoga uno. Y sé que cuelgas muy a menudo el cartelito de «cerrado» en la puerta. Estás más veces cerrado que abierto. Y sí, lo sé: yo también me entero de cosas a veces, y ya sé que pone «fermé» y «ouvert», pero no tengo ganas de hablar francés por teléfono. ¿Por qué haces eso? ¿Por qué no atiendes a los clientes todo el día? Al fin y al cabo, tienes que ganarte la vida, ¿no? En realidad preferiría que no tuvieras tiempo para ayudarme, que te pasaras el día trabajando. ¿Qué opina tu abuelo al respecto? ¿Eh? ¿No se le humedecen los ojos cuando pasa por delante y ve el cartelito de «cerrado» en la puerta? Pobre hombre. Tienes que cortar pelo, se lo debes. ¿Me oyes? Pero ya que no lo haces, igual de bien puedes ayudarme. Y no puedes negarte, ¿me oyes? Si no, será culpa tuya si se ahoga alguno de esos retrasados. ¿Entendido? ¡No puedes dejarme tirada! Además, llevan dos semanas sin nadar, porque en marzo la piscina siempre cierra dos semanas, y entonces, cuando pueden volver a bañarse, están como locos.

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