Juan Carlos Pallarols: "Mi oficio es ser un artesano, de la pintura, la platería, o lo que sea"

El afamado orfebre, cuyas artesanías dan la vuelta al mundo, muestra una inédita faceta artística: la pintura. En su casa-taller de San Telmo, en el atelier que tiene en la terraza, hablar del legado de su padre, de las cosas que lo inspiran y de su trabajo solidario para instituciones de bien público.

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El metal, esta vez, está sólo en la paleta, que heredó de su padre, Carlos Pallarols Cuni. Detrás, a la izquierda, un boceto. Y a la derecha, una obra terminada. “Hoy, el mundo está buscando la luz. De alguna manera quiero pintar esa luz, y aunque enceguezca, que obligue a abrir los ojos”, señala. (Foto: Maximiliano Vernazza)
El metal, esta vez, está sólo en la paleta, que heredó de su padre, Carlos Pallarols Cuni. Detrás, a la izquierda, un boceto. Y a la derecha, una obra terminada. “Hoy, el mundo está buscando la luz. De alguna manera quiero pintar esa luz, y aunque enceguezca, que obligue a abrir los ojos”, señala. (Foto: Maximiliano Vernazza)

Cambió el cincel por el pincel y los metales por el lienzo y el óleo. Juan Carlos Pallarols (75) es el orfebre más exitoso de la Argentina, y sus trabajos dan la vuelta al mundo. Pero ahora decidió que es hora de mostrar otra faceta de su arte: la pintura.

En la terraza de su casa-taller de San Telmo, junto al quincho donde periódicamente invita a cenar a celebridades, políticos y artistas, tiene su atelier. Y allí sucede la charla.

–¿Se dedica a la pintura desde niño o empezó de grande?

Lo primero que aprendemos los artesanos es el dibujo. Lo que sacás de la cabeza, si no lo pasás a un papel, es difícil de realizar en otro material. Papá, Carlos Pallarols Cuni, de toda la familia, fue el que más pintó acá en la Argentina. Hay cuadros suyos en la Catedral, en el teatro Coliseo, o el retrato de San Martín a caballo que tengo en mi estudio, al que de chico le pinté el final de la cola. Ese fue el primer cuadro donde, que recuerde, metí mano. El, sin que yo me diera cuenta, me introdujo en ese oficio. También lo hizo como orfebre, cuando me decía que diera golpecitos en sus trabajos.

Junto al orfebre, su perro Mingo. Y detrás, una de sus obras. (Foto: Maximiliano Vernazza)
Junto al orfebre, su perro Mingo. Y detrás, una de sus obras. (Foto: Maximiliano Vernazza)

–¿Hubo, además de su padre, algún maestro?

–No, fueron mi papá y mi abuelo, que me enseñó a dibujar. En un mal momento económico, papá viajó a la provincia de Corrientes para restaurar y pintar toda la iglesia de San Francisco. Yo me quedé en Bellas Artes. El primer año me lo banqué, y después comencé a pensar: "¿Y si papá se muere joven?". Así que renuncié a Bellas Artes y me fui a Corrientes, a trabajar con él. Ahí pinté mucho e hicimos mucha orfebrería en varios templos, como la Catedral y la Iglesia de la Cruz. Menos mal que fui, porque papá murió al poco tiempo: tenía 59 años. Aproveché siete u ochos años intensos del amor y la compañía de él. Aprendí muchísimos secretos, que aún hoy me sirven para crear un color que no existe, por ejemplo.

–Pero a usted no se le conocía esta actividad.

Es que yo pintaba en el exterior. En los Estados Unidos, en Venezuela, en España. Pero no en la Argentina. Sentía que no podía mezclar lo que hacía, porque lo mío es la platería. Hoy no, lo mío es todo lo que pueda hacer con las manos. Mi oficio es ser un artesano, de la pintura, la platería, o lo que sea.

Los utensilios del artista, muchos heredados de su padre, que fue su maestro en los oficios de orfebre y pintor. (Foto: Maximiliano Vernazza)
Los utensilios del artista, muchos heredados de su padre, que fue su maestro en los oficios de orfebre y pintor. (Foto: Maximiliano Vernazza)

–¿Vende también?

–Si. En México he vendido, sobre todo dibujos. Acá regalé algunas piezas. Tampoco he pintado tanto. No tengo cientos de cuadros. Aunque desde hace uno o dos años, lo hago más intensamente. Me hace feliz pensar que soy pintor.

–¿Cómo define su estilo?

–Realista. Trato de hacer lo que veo. Me gusta ser parte del entorno, de lo que me rodea. A veces vas a ver cuadros donde parece que estoy tirado en el piso. Y realmente lo estaba cuando vi esa imagen y saqué la foto; por ahí dormía una siesta en el campo y cuando desperté me topé con un campo de trigo.

–Veo muchos atardeceres y amaneceres en sus telas.

–Sí. En este momento, el mundo está buscando la luz. De alguna manera quiero pintar esa luz, y aunque enceguezca, que obligue a abrir los ojos.

Su método es sacar una foto y luego recrear la situación.  (Foto: Maximiliano Vernazza)
Su método es sacar una foto y luego recrear la situación.  (Foto: Maximiliano Vernazza)

–¿En qué momento pinta?

Cuando puedo. No tengo horarios. Trabajo desde muy tempranito hasta muy tarde. Me puedo tomar feriado un lunes o un miércoles, y trabajar un sábado o un domingo. Y después dedico tiempo al descanso, al esparcimiento, y pinto.

–¿A qué artistas admira?

–A muchos. De acá, a Carlos Alonso, un maestro increíble. Y me gusta mucho Oscar Sar. Y de la historia universal, a Velázquez. Es maravillosa su espontaneidad, sus luces y sombras. Ahora sucede algo, además, en las galerías de arte: acercaron los cuadros. Obras que son patrimonio de la Humanidad casi se pueden tocar con las manos.

–¿Por qué muestra sus pinturas recién ahora?

–Porque la pintura es un poco más livianita que la orfebrería como tarea, como trabajo. Y quizás porque, por eso, en algún momento pensé que le faltaba el respeto a mi papá. Ahora me siento más libre para hacerlo. Es más, me da alegría usar la misma paleta, los mismos caballetes y el tarro que usaba para limpiar los pinceles que él. Incluso muchos de ellos son los que empuñaba papá hace cuarenta años, mirá la historia que tienen.

Es que cualquier pieza de orfebrería lleva mucho más tiempo. La fundita de un teléfono celular de 12 por 8 centímetros, que ahora estoy haciendo para un señor de Silicon Valley, me lleva diecisiete días. Y en ese lapso puedo pintar dos cuadros de un metro por un metro

–¿Por qué traza esa diferencia entre la orfebrería y la pintura?

–Es que cualquier pieza de orfebrería lleva mucho más tiempo. La fundita de un teléfono celular de 12 por 8 centímetros, que ahora estoy haciendo para un señor de Silicon Valley, me lleva diecisiete días. Y en ese lapso puedo pintar dos cuadros de un metro por un metro. Entonces, no entraba en mi cabeza vender una pintura. ¿Qué precio le iba a poner a algo que había hecho en tan pocas horas?

–¿Y ahora quiere exponer?

–Si, claro. Ya hice varias obras, y vendí unas cuantas. Pero la condición que pongo es que cuando haga una exposición, me las deben prestar. Y el resto las pongo en casa para disfrutarlas o, si les encuentro errores, corregirlas pintando arriba. En eso son como la plata: si algo sale mal, la vuelvo a fundir y la uso de nuevo.

Por Hugo Martin.
Fotos: Maximiliano Vernazza y gentileza JCP.

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