2024: ¿qué viene para América Latina?

La importancia de este año no solo tiene que ver con el plano electoral, sino con un conjunto de tendencias que se han venido acentuando y que podrían hacer de este un año decisivo, que marque un antes y un después en su evolución

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Nicolás Maduro
Nicolás Maduro

La decisión de ratificar la inhabilitación a María Corina Machado es una puñalada del régimen al acuerdo de Barbados y un reflejo claro de la intención de Maduro de hacer unas elecciones viciadas, esperando pasar agachado en medio del año electoral que hay en la región y las grandes turbulencias que se esperan.

No es exagerado sostener que el 2024 puede ser el año más importante en la historia de América Latina. Se cierra el super ciclo electoral que inició hace tres años y que llevó prácticamente a todos los países de la región a las urnas para cambiar sus autoridades políticas. Este año habrá al menos diez elecciones en esta parte del mundo, seis de ellas presidenciales. Pero la importancia de este año no solo tiene que ver con el plano electoral, sino con un conjunto de tendencias que se han venido acentuando y que podrían hacer de este un año decisivo, que marque un antes y un después en su evolución.

Una de las tendencias más marcadas en los últimos tiempos, no solo en América Latina sino en el mundo, es la desconsolidación democrática. Es un proceso que en la región ha tomado una fuerza inédita, producto del crecimiento de la pobreza y el populismo, el auge de las nuevas formas de comunicación y el desmantelamiento de la visión del centro político. De acuerdo con la última encuesta de Latinobarómetro, para el año 2023 tan solo el 48% de la población expresa apoyo hacia la democracia como sistema de gobierno, lo que representa una disminución de 15 puntos porcentuales con respecto al año 2010, cuando se registraba un 63% de respaldo para la democracia.

Este debilitamiento del apoyo popular a la democracia trae consigo un aumento del apoyo popular a formas de poder tiránicas: el 54% de la población señala indiferencia sobre si lo gobierna o no un demócrata, siempre y cuando resuelva los problemas fundamentales. El resquebrajamiento social de los valores democráticos genera efectos nocivos como el agotamiento de la cultura democrática, la fragmentación social, la expansión de la pseudolegalidad y el incremento de la polarización a través de las redes sociales. Muy probablemente esta tendencia de debilitamiento del respaldo a la democracia siga creciendo en este año, tomando en cuenta que habrá una mayor conflictividad política por las contiendas electorales.

Una segunda tendencia que probablemente continúe elevándose es la crisis migratoria. América Latina atraviesa el peor éxodo migratorio de su historia, impulsado principalmente por venezolanos que han abandonado su tierra debido a la grave crisis política, económica y social generada por la dictadura de Nicolás Maduro. Sin embargo, este fenómeno migratorio tiende a volverse ya regional, involucrando a todos los países, y comienza a tener otras variables que van más allá de lo político. El efecto del crimen organizado en términos de violencia y el cambio climático comienzan a ser factores motivantes del flujo migratorio.

La migración ya no es entre países de la región, sino que ahora ha tomado una connotación norteamericana. El tapón del Darién se ha convertido en el epicentro del nuevo flujo de desplazados, donde nacionalidades de todos lados, incluso de otros continentes, se encuentran para cazar el sueño americano. En 2023, 320,000 venezolanos cruzaron el peligroso trayecto, una cifra que muy probablemente continuará en ascenso si las condiciones que promueven el desplazamiento no cambian.

Una tercera tendencia importante que hemos tocado someramente es la proliferación de las economías ilícitas. En una región con desconsolidación democrática y deterioro del Estado de derecho, no tiene otro resultado palpable que no sea el crecimiento de la ilegalidad. Para muestra están las escenas que se han suscitado recientemente en Ecuador, con grupos armados declarándole abiertamente la guerra al Estado, o también el incremento de los indicadores de violencia en Colombia y Ecuador. O, algo peor, las vinculaciones de miembros del régimen de Maduro con el narcotráfico, la minería ilegal y grupos delictivos. Una criminalidad en apogeo tiene fuerte incidencia en la política, así como en la institucionalidad. Los actores criminales invierten ingentes cantidades de recursos para tratar de influir en las agendas políticas, buscando cambios en la seguridad, así como concesiones que les permitan expandir sus negocios ilícitos, a tal punto de adueñarse de grandes extensiones de territorio y convertirse en pseudoestados en esos espacios.

Una última tendencia relevante a la luz de este análisis es precisamente la que tiene que ver con el ecosistema global de información y su impacto en la creación de narrativas que fomentan la desinformación y noticias falsas, con el propósito superior de influir en las percepciones de las grandes mayorías. En un año tan electoral, con elecciones tan polarizadas, los laboratorios propagandísticos de fake news se verán reforzados, acentuando la efervescencia y los debates viscerales, por encima de las ideas y los consensos democráticos.

Cada una de estas tendencias forma parte de un proyecto superior antioccidental, que tiene su mayor expresión en la Venezuela de Nicolás Maduro. Es por eso que, si se quiere luchar este año contra esta corriente y revertir el abismo en el que está entrando América Latina, las elecciones en Venezuela no pueden ser vistas como unas más, tampoco como parte del paisaje. Son las elecciones más importantes para el futuro de la región, es la posibilidad de que actores como Rusia, China, Cuba e Irán salgan definitivamente de nuestro hemisferio. El retorno a la democracia en Venezuela puede tener un efecto libertario sobre el resto de la región, revitalizando la democracia liberal como sistema político, así como los derechos humanos como gran pacto institucional. Por esto y mucho más, 2024 es el año decisivo para América Latina.

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