La política, el narcisismo y la libertad responsable

La política y el ego cuando se entrelazan de manera errada son un asunto grave. Si el ego está ubicado en su lugar hay poco riesgo. Si el ego empieza a agrandarse comienzan los problemas

Compartir
Compartir articulo
(Imagen ilustrativa Infobae)
(Imagen ilustrativa Infobae)

No hay político que no sienta el deseo de someterse al escrutinio público y ver convalidada allí su visión. Eso es el “ego” en posición correcta. Si el ego irradia intensidad en extremo, adquiriendo vida propia ya estamos ante el narcisismo. El ego moviliza al político, al actor, al comunicador, al poeta, a todo aquel que comunica algo en relación con el otro. Con que exista -por lo menos- un espectador, observador o lector, alcanza para ubicar el ego correctamente, si está controlado. Si está en camino a la hipertrofia estamos en problemas.

En realidad, es un juego a dos caras: cara o cruz. Y como en la vida misma, todo puede suceder allí. El político no lo vive así: los políticos por convicción y devoción dicen que “luchan por los demás” -y eso es cierto en muchas oportunidades- pero no es menos cierto que si esa es su vocación primigenia, también el político es un “adicto” al combate de ideas, a la controversia y a pujar por su visión. Los políticos son combatientes civiles por ideales en los que creen. Son mejores o peores, pero básicamente son eso.

El político verdadero es rehén de su pasión. El político no es un intelectual que solo redacta o versiona oralmente sus percepciones sin necesidad de comprender que las mayorías deben ser sus aliadas. Al intelectual no le importa la legitimidad de “los más”, puede vivir con el aplauso de su tribu y desde allí construir un mundo ideal y dogmático. Y hasta parecer omnicomprensivo y global. El político debe serlo o no tiene destino. Por eso aquellos que terminan aceptando el veredicto de las urnas, aunque en el pasado hayan abjurado de ese periplo siempre serán bienvenidos. De allí que la ciudadanía los premie por el viaje hacia la paz que asumieron cuando antes renegaban de la misma.

Los políticos democráticos (no los autocráticos) si bien se encuentran -desde siempre en la historia- criticados por la gente, enjuiciados por periodistas y confrontados fieramente por personas que disienten con ellos, no hay nada mejor (o superador) que ellos debatiendo ideas y rindiendo cuentas ante sus mandantes: los ciudadanos. ¿O acaso son mejores los líderes populistas que se mofan de la esencia democrática y la estafan? ¿O los dictadorzuelos que entre gallos y medianoche se cuelan violentando pueblos que los padecen? ¿O los que alcanzan el poder legítimamente y luego con subterfugios legales sórdidos anidan en él y se prorrogan hasta el infinito? ¿A esta altura del 2023 se puede sostener la presencia de autocracias sin hacer una mueca? ¿Es ético semejante cinismo?

Y quien afirma que “no es político”, es su derecho verbalizar lo que se le antoje y será oído dentro de la democracia, pero sabemos que si juega a Antón Pirulero -buscando el atril- es porque acepta y asume que es adentro del juego que se ganan los partidos. No vale decir: no me gusta la Coca Cola y ser el primero que me la tomo y pido más. O de un lado o del otro, por eso el asunto de los “outsider” -digamos las cosas como son- esa pureza que declaman no es un manto sagrado por no haber estado en la lid en el campeonato pasado. Si se ingresa en el campeonato se aceptan las reglas del juego. Y quien ingresa al mundo político, desde donde sea, puede luchar contra las patologías de la actividad (y está muy bien que así lo haga) pero se sumerge de lleno en ese terreno y se transforma -de un segundo al otro- en lo que dice refutar. No es cierto que se hace política desde la anti política, siempre se hace política desde y dentro de la política aunque se la critique. Pero no es estimulante recurrir a apelaciones maledicentes porque le hacen el caldo gordo a los enemigos de la democracia, que serán los mismos que irán contra la misma, cuando aquellos -en su afán revolucionario- hagan lo que hagan. No se me ocurre mejor ejemplo que el de Maximiliano Robespierre. Su invento “revolucionario” se lo llevó puesto y terminó con su vida en la guillotina.

Seamos claros, el continente está plagado de democracias cojas, de no democracias plenas, de modelos “sui generis” de no respeto a la integridad de los derechos humanos en base a excusas kafkianas y hay, algunas -pocas- democracias de buena calidad que están en el ranking planetario por certeza jurídica, respeto institucional al estado de derecho, separación de poderes real y ambiente amigable para la inversión extranjera. Cada uno sabrá en que casillero se ubica cada país. Pero los gráficos de esto no se inventan, la evidencia y los números escanean la verdad de los países. La realidad es brutal ante los ojos de todos. Por eso la fila debería llenarse con demócratas intensos, único camino para recuperar terreno.

Es notorio que, con las dictaduras en el continente, para “invertir” en ellas (inversión extranjera directa) hay que tener sintonía con los dictadores, rendirles pleitesía y hacerles honores. La humanidad observa con perplejidad cuando pasan estas cosas por parte de aquellos actores públicos que actúan con ese talante. Es obsceno ver a personajes con responsabilidad estatal internacional simpatizando con los dictadores. Nada sucede inadvertidamente. Es lo que hay, y obvio, hay algunos que dicen que están de un lado, pero -en verdad- son otra cosa. De cualquier forma, la gente sabe la verdad. La gente no es tonta y no la engañan por mucho tiempo, quizás algún tiempo, pero no “todo” el tiempo. (Esta idea es aún debatible si su origen neto es de Abraham Lincoln, pero no deja de ser cierta).

La verdad siempre sale a luz. Aunque demore. En esta época viral y tecnológica, todo está en archivos, en discos duros, en la nube y siempre se sabe más temprano que tarde todo cuanto acontece. Ahora sí hay registros de todo.

Por eso los buenos políticos son imprescindibles para la vida en sociedad y eso no se aprende en una universidad, ni en un profesorado, ni en los “libros” de alguna disciplina (aunque ayudan bastante los libros a orientar la decisión correcta) se aprende embebido del pueblo y desde el alma de la gente. Si el político no conoce la calle, la miseria de los que la padecen, lo crudo de lo más doloroso de sus conciudadanos y si no se conmueve con ese látigo, entonces estamos ante un político de pacotilla. El político que se respeta es el que entiende y se afecta por esa sangría buscándola suturar día y noche.

Los buenos políticos anclan su sabiduría oyendo más que hablando, pensando despacio sus verdades, verdades que pueden cambiar con las generaciones de un día para el otro y que se deben aceptar, juntando lo tensionado y flexibilizándolo, asumiendo que hay que perdonar más de lo imaginable, teniendo mala memoria (porque si se tiene mucha eso alimenta el encono), ubicando siempre su “última ratio” en el corazón y mente de la gente, alejándose de sueños quijotescos (porque eso es narcisismo, lo del principio) y haciendo lo que hay que hacer por el otro con cabeza de servidor. Y no siempre, el buen político, tiene que recorrer lo que se “puede” sino lo que se “debe”. Lo primero es un atajo, lo segundo implica el verdadero compromiso.

El buen político tiene que ser un individuo con real humanidad que todo lo entregue, desde su propia vida, su nombre, su dignidad y sus mejores tiempos para que otros lo puedan aprovechar. Suena a pastor más que a político, pero un buen político -de veras- es eso. O, por lo menos, los que quedan en el afiche. Y son pocos, por cierto, muy pocos. Pero esos que lo dieron todo, reciben la recordación eterna de su gente. Esos no se olvidan.

La buena política -repito- es una “adicción” para los que aman esa actividad. Y no es la búsqueda del poder lo que está en esa adrenalina, está el sueño de sociedad ideal que tienen los que se sumergen en esa tarea y los obsesiona recorrerlo paso a paso ese camino sin fin. Por eso no se la vitupera y no se lo menoscaba a semejante menester porque quien así lo hace -en el fondo- alimenta un golpismo suicida contra sí mismo.

Se puede luchar contra un estilo de política vieja, contra el clientelismo y las patotas, roscas o élites, pero buenos políticos se requieren siempre para el buen destino de una sociedad. Se vive “para” la política, no “de” la política. El maestro alemán casi lo escribió todo.

Son épocas, las actuales donde hay tanta angustia y macaneo por tantos lados que podría confundirnos creyendo que son todos iguales y no es así. No se puede repetir semejante predicamento porque no es cierto. No lo es casi en ningún lado, en todos los países hay gente dedicada y de la otra. Los primeros son más que los segundos, aunque haya fogonazos de confusión.

Tengo claro que muchos lectores (a esta altura) están rugiendo contra estas líneas, no importa, es más, es apropiado debatir: la política democrática salva -en algún momento- de cualquier ruindad social y siempre tiene la revancha del voto castigo hacia aquel que nos defraudó y del voto premio hacia aquel que pasó la prueba. Eso es lo que acaece en las democracias con libertad responsable. Y por algo las democracias con libertad responsable son las que tienen mejores índices de desarrollo humano, son los países donde van los migrantes y son el sueño de todo aquel que padece la furia de la desigualdad. Esa es la verdad.

Los ciudadanos somos genta con el arma en las manos -el voto- con lo cual podemos ir del Polo Norte al Polo Sur y probar lo que no nos satisfizo. Esa libertad, sensata, lúcida, “responsable” es la garantía final de que el contrato social seguirá vigente.

Si aplicamos correctamente esa libertad responsable que tenemos, al decir del presidente uruguayo Luis Lacalle Pou -que tiene el copyright de esa expresión- siempre seremos los pueblos los decisores de nuestro destino. Es cuestión de seleccionar bien y controlar a nuestros mandatados. En el fondo la política como la vida nos muestra que, si nuestras decisiones son correctas, nuestra vida alcanzará logros mayores. Con la política acontece lo mismo, por eso conviene no equivocarse y no aturdirse por el ruido del momento.

Votar con libertad responsable requiere de pensar y hacerlo con madurez. A los gritos y en medio de las turbas jamás se perfeccionó la democracia.