Las memorias de Nelly Rivas, quinto capítulo: "Sin darnos siquiera cuenta cómo, la atracción mutua con Perón nos venció"

El quinto episodio de los diez que escribió la joven amante del ex presidente

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Atilio Renzi, Nelly Rivas y Méndez San Martín, durante una velada de boxeo en el Luna Park, en mayo de 1954
Atilio Renzi, Nelly Rivas y Méndez San Martín, durante una velada de boxeo en el Luna Park, en mayo de 1954

El siguiente es el quinto capítulo de los diez que componen las memorias de Nelly Rivas, la joven amante de Juan Domingo Perón, que Infobae publica por primera vez de manera completa en la Argentina.

El día que me mudé a la residencia presidencial, en el mes de febrero de 1954, Perón llamó a Atilio Renzi, el mayordomo de palacio, y le dijo que, como huésped de su casa, deseaba que se me tratara con el mayor respeto. Luego le ordenó que me indicara mi cuarto.

Renzi subió las escaleras conmigo hasta el segundo piso, donde se encontraban los dormitorios. Abrió la puerta de una gran habitación, magníficamente amueblada, y me preguntó si era de mi agrado. Le dije que estaba muy bien y con eso se retiró.

Había sido la habitación de Eva Perón.

Sintiéndome en la gloria, abrí de par en par la ventana, que daba a los jardines del palacio y a la avenida del Libertador General San Martín, la calle más aristocrática de Buenos Aires. Más allá, se veían los grandes árboles y los prados de Palermo, el más grande y hermoso parque de la capital.

Llené mis pulmones con el aire perfumado y permanecí unos instantes gozando del panorama que se me ofrecía.

Luego me dejé caer sobre un lujoso sofá. ¡Qué maravillosa sensación! Atraje hacía mí a "Monito" y "Tinolita", los dos perritos y los acaricié. Luego de un salto me asomé al cuarto de baño.

Jamás había visto un baño igual. Llené la bañadera hasta el tope, le eché grandes cantidades de sales deliciosamente perfumadas; me enjaboné de pies a cabeza con fragante jabón de pino sin economizarlo, y me puse a disfrutar de este novedoso placer.

Cuando salí por fin del baño, me saturé de agua colonia y me espolvoreé generosamente con talco.

Finalmente me vestí para la cena, agregando lo que consideraba el último toque de feminidad: lápiz de labios.

Bajé las escaleras como si hubiera estado caminando sobre nubes. Me sentía estrella de cine, princesa, rica heredera…

Perón me miró y sonriendo, comenzó a comentar: Parece que se ha mudado aquí la Casa Atkinson…E inspeccionándome más de cerca, agregó: Y que abunda también el talco.

En mi entusiasmo con el talco me había dejado un parche blanco en el cuello.

Luego observó mis labios pintados y poniéndose serio me dijo: ¿Por qué hiciste eso? No me gusta. Tú no necesitas pintarte los labios. Eso es para mujeres mayores. Lo mejor para las chicas jóvenes es la naturalidad.

-Sí, Papaíto, respondí quedamente.

Le había dado ese nombre un día en que me pareció mucho más alto que de costumbre, en su uniforme militar. Le dije que me recordaba a Papato Piernas Largas. No se opuso a que lo llamara así, y desde entonces, Papaíto aquí, Papaíto allá, el nombre quedó y lo llamaba siempre así cuando estábamos solos.

En público me refería a él como al General. El me decía siempre "Nena".

Yo quería ser digna de un hombre de la posición de Perón. Presidente de la Argentina.

Procuraba durante horas, pulir mi dicción y mis modales. Aprendí a no arrastrar la doble "I" como la gente plebeya.

Trataba en lo posible de no hacer gestos con las manos, una costumbre que muchos argentinos han heredado de sus antepasados napolitanos.

Una de las pocas fotos de Nelly Rivas junto a Juan Domingo Perón
Una de las pocas fotos de Nelly Rivas junto a Juan Domingo Perón

Me observaba en el enorme espejo, mientras practicaba sentarme en una forma u otra: cruzando y descruzando las piernas correctamente; parándome y sentándome como una dama.

En la mesa recibía mi recompensa en la mirada de aprobación de Papaíto.

Yo me sentaba siempre a su derecha. Los comensales eran siempre los mismos hombres del pequeño círculo que lo rodeaba: Carlos Aloé, gobernador de la provincia de Buenos Aires; Armando Méndez San Martín, ministro de Educación; Raúl Apold, subsecretario de Informaciones; el capitán Alfredo Máximo Renner, secretario privado del Presidente y el mayor Ignacio Cialzeta.

Yo era la única mujer durante las comidas y… la única en general en la residencia. Nunca hubo mujeres invitadas.

Perón no ofreció ninguna explicación sobre mi presencia en su casa. Al cabo de un tiempo sus amigos se acostrumbaron a verme allí y me consideraron como integrante de la familia oficial.

Las primeras semanas fueron las más felices. Tenía todo lo que había soñado.

El General me regaló una motoneta (llegué a tener cuatro) y me paseaba a toda velocidad por los senderos de piedrecillas del parque de la residencia.

-¿Dónde aprendiste esas piruetas?, me gritó un día al pasar yo por su lado, sin tenerme del manubrio y con los brazos extendidos.

-¡Ud. podría hacer lo mismo si hubiera tenido un profesor tan bueno como el mío!, le grité en contestación.

También me regaló un Fiat azul y blanco, modelo "Super-de-luxe", que le habían regalado los fabricantes italianos y me enseñó a conducirlo.

Yo, por mi parte, trataba de hacerle al general la vida lo más cómoda que me fuera posible. Su difunta esposa, extremadamente ocupada con asuntos públicos, no había podido darle un verdadero hogar.

Yo me anticipaba a sus deseos -su café, sus cigarrillos, sus chinelas-

Le preparaba toda clase de cosas ricas y a él le gustaba todo lo que yo le hacía, especialmente mi pollo a la portuguesa y mis tortas caseras.

Después de comer, cuando se hallaba cómodamente instalado en su cama, yo le llevaba los diarios de la tarde y me preocupaba de poner la televisión si había algún encuentro de boxeo, su deporte favorito.

La habitación del General, que se encontraba separada de la mía por un cuarto en que guardaba sus condecoraciones y los obsequios que había recibido de gobiernos y funcionarios de todas partes del mundo, tenía unos muebles feísimos y pasados de moda.

Consistían en un bargueño, en el que guardaba algunas alhajas; una cómoda -que destinaba a sus fotografías, en diversos actos públicos- con la tapa superior de mármol y sobre la cual se hallaba el frasco de perfume que yo le había regalado; un sillón; un combinado de televisión y radio; un aparato para aire acondicionado y una cama con una mesita de noche a cada lado.

Durante los primeros días de mi permanencia en la residencia, las relaciones entre Perón y yo se mantuvieron en el plano de padre e hija. De pronto, sin darnos siquiera cuenta cómo, la atracción mutua que se había venido apoderando de nosotros, nos venció. Todo sucedió a la vez, repentina e inesperademente.

Sin embargo, seguí siendo su "nena", la "niñita" y la "hija" que nunca había tenido y que necesitaba.

No dije nada a mis padres sobre nuestras nuevas relaciones. Y los dejé suponer que nada nuevo había ocurrido.

LEA MÁS:

La historia de Nelly Rivas, la "niña amante" de Juan Domingo Perón

Capítulos 1 y 2 de las memorias de Nelly Rivas

Capítulo 3

Capítulo 4