El antiperonismo

Como todos los “anti”, es una enfermedad que conjuga resentimiento y odio expresados con liviandad y orgullo de clase, sea real o no la pertenencia del enunciador a ese grupo social

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El bombardeo de la Plaza de Mayo ocurrido en 1955
El bombardeo de la Plaza de Mayo ocurrido en 1955

Al parecer hay dos grandes temas ineludibles en la Argentina, tanto en conversaciones corrientes como en los medios y las redes sociales. El peronismo, representado por gente que se aferra a un pedazo del pasado por el que se inclina históricamente desde su ideología y también por quienes hacen presente, en distintas variantes, un recuerdo de épocas a todas luces mejores, las mejores. Y el antiperonismo, que es la otra hinchada de este enorme campo de juego. Es curioso comprobar que hay muchos estudios que abordan el peronismo y menos los que han estudiado el antiperonismo, tema sobre el que vale la pena reflexionar. En última instancia, a esa tendencia cerril de sesgo liberal de derecha le debemos el presidente actual. Si el peronismo es una causa y la nostalgia de tiempos más felices para las clases populares y parte de las medias, el antiperonismo es una enfermedad que, como todos los anti, conjuga resentimiento y odio expresados con liviandad y orgullo de clase, sea real o no la pertenencia del enunciador a ese grupo social.

El antiperonismo tiene muertes por todos lados. Un mediodía de 1955, la Marina bombardeó a civiles indefensos en la Plaza de Mayo con un saldo de cientos de muertos; el 11 de junio de 1956 fueron fusilados el General Valle y el Coronel Cogorno, con firma de los artífices de la cínicamente llamada Revolución Libertadora, y en ese mismo mes, se produjo la masacre de los basurales de José León Suárez, extraordinariamente narrada por Rodolfo Walsh. El peronismo era democrático, había sido votado en elecciones limpias y no arrastraba las miserias de una clase pretendidamente alta que se cree digna y es despreciable.

Lo que más desnuda al antiperonismo es que luego del sangriento golpe del 55, el gobierno de Aramburu y Rojas y su Consejo asesor-el nombre de cuyos integrantes omitiré en esta nota para no abrir tantos frentes- llama a elecciones. Triunfa Frondizi en 1958, y el antiperonismo va a derrocarlo en el 62. Vuelven a llamar a elecciones, triunfa Illia, con la obstinada proscripción del Justicialismo, lo que no le impide al mencionado antiperonismo derrocarlo en el 66 vía Onganía. Es que el problema no era que el peronismo no fuera democrático, sino que la lacra que se creía oligarquía no soportaba el voto popular.

Por lo demás, es cierto que el antiperonismo se acrecentó en los últimos tiempos con el odio al kirchnerismo, lo que nos lleva a encontrar gorilas orgullosos de su pelambre, especialmente en el periodismo -hombres y mujeres- que, desconociendo la historia, asimilan todo al mismo fenómeno. Sin embargo, insisto: no es ni el peronismo de Perón ni sus variantes lo que les molesta realmente, sino la voluntad popular de quienes desean crecer en la escala social, tener trabajo y leyes que los defiendan, acceder a una vivienda digna, educar libremente a sus hijos, gozar de un merecido esparcimiento, trabajar en blanco, tener vacaciones pagas e indemnizaciones cuando se los despide, ser, en suma, protagonistas esenciales de una nación soberana y justa social, política y económicamente.

Yo escribiría un libro sobre el antiperonismo asumiendo que López Rega fue nefasto, pero con la foto de Astiz y del Tigre Acosta, para jugar con las mismas cartas porque de lo contrario estaríamos haciendo trampa. El peronismo tiene defectos y cometió serios errores en los tiempos en que la conspiración liberal arreciaba con violencia, pero el antiperonismo secuestró, mató e hizo desaparecer a miles de personas con un nivel de perversión que asombró al mundo.

Sin embargo, casualmente, el peronismo gobernó en nombre de los trabajadores, y los golpes que derrocaron a todos, no sólo a esa causa, se hicieron en nombre de los negocios, que hoy han llegado al colmo de imponer a un presidente por el voto. Como si el sueño de trascendencia sólo quedara limitado a la cuenta bancaria. Lo que no está en ese espacio es traumático.

Aquel peronista morocho que me dijo un día que después de Perón y Evita nunca más tuvo que “bajar la vista frente al patrón o al policía” definía algo esencial: el peronismo igualó en dignidad. En cambio, el antiperonismo se construyó desde el sueño del voto calificado y permanece en ese inconsciente que no es capaz de hurgar.

Naturalmente, además de los peronistas están los que no lo son. Los no peronistas tienen su derecho porque están al margen de una etapa- no hay necesidad de comprometerse-, pero no los signa el odio o el resentimiento, aquello que hace del antiperonista esa identidad que en su tiempo denominamos gorila. Los gorilas – no solo ellos- escriben largos libros para interpretar al peronismo sin dedicar una sola línea autocrítica o, al menos reflexiva, a sus ominosas conductas.

Ahora bien, ¿cuáles serían las “virtudes” del antiperonismo? ¿Los golpes de Estado, los asesinatos, las violaciones, torturas y apropiaciones de niños y de su identidad, los endeudamientos siderales, la evasión ilimitada, el capitalismo de amigos, las proscripciones durante 18 años, la desperonización de la sociedad, la prohibición de mencionar a ciertas personalidades fundamentales de nuestra vida política y cultural, las listas negras, sus miserias y corrupciones tanto o más profundas que las que denuncian en sus opositores, los derechos laborales conculcados, el fin de las indemnizaciones, la miseria para los jubilados, las persecuciones a científicos y artistas, las limitaciones en el presupuesto universitario hasta asfixiarlo, el deterioro de la enseñanza estatal y la superficial y tilinga alabanza de la privada? Y podemos continuar. Las virtudes andan en esos planos, no transitan otros. Golpe de Estado, endeudamiento, proscripción y asesinatos son los rasgos que definen al antiperonismo, a quienes desprecian a los humildes y peor aún, detestan y excluyen toda movilidad social ascendente, aquello de lo que alguna vez las clases populares y medias disfrutaron y cuya evocación no pueden siquiera permitir. Por ese motivo, denigran, desde encumbradas posiciones con soberbia y, a veces, de manera soez, aquellos buenos tiempos.

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