¿El regreso del gorilismo a la política nacional?

Roberto Bosca

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¿Qué hacemos con la otra mitad? ¿La tiramos al mar? Esta expresión, que ha sido usada como un eslogan en el enfrentamiento entre árabes y judíos, también en su momento tuvo una literalidad emblemática y macabra entre nosotros. Hoy no es así. Pero la pregunta sobre qué hacer con la otra mitad está una vez más planteada al calor de la disputa electoral, porque ambas medias naranjas no aciertan a ver en la otra algo medianamente positivo.

La cuestión viene a cuento porque se percibe un incipiente aunque preocupante crecimiento de actitudes hostiles, no sólo en buena parte de los que componen la cada vez más crispada oposición, sino ahora también en la coalición gobernante, que hasta hace poco había mantenido una actitud menos agresiva hacia el otro. Se supone que los más educados no lo eran tanto.

Nadie está pensando en tirar al otro al mar. Después de todo, un ambiente al borde de un ataque de nervios es casi propio de un período de elecciones. Pero ¿hay que esperar a que se dibujen en el imaginario ideas extremosas de ese calibre, a cuya conflagración asistimos en tiempos no tan lejanos, para desalentarlas? Es así que aquí y allá apuntan tímidamente y como una respuesta natural, brotes de una hostilidad no tanto hacia el peronismo como hacia el kirchnerismo, que era mirada como propia de otras épocas más calientes y parecía haber sido superada. ¿Estamos en las vísperas de un regreso de los gorilas en el escenario político, abruptamente resucitados por el movimiento reflejo suscitado por la escalada opositora en trance electoral?

El mote de "gorilas" es conocido, incluso en otros países como Brasil, pero no lo es tanto en su génesis por las nuevas generaciones, ni tampoco lo es por las más viejas en algunos detalles más o menos relevantes. Tuvo su origen con motivo de un sketch del guionista Aldo Cammarota, en La revista dislocada, el popular programa de radio que hizo reír durante décadas a los argentinos, dirigido por el humorista Délfor Amaranto Dicásolo. En marzo de 1955 se representaría allí una parodia de Mogambo, célebre película de ambiente africano protagonizada por un trío mítico: Grace Kelly, Clark Gable y Ava Gardner.

Según cuenta el mismo Délfor en sus memorias, la expresión "deben ser los gorilas, deben ser", tal como apareció reproducida en el sketch, se inspiró en los dichos de un personaje radial. Se trata del  profesor Philander, equivocadamente mencionado en ellas como Filendes, que era un expedicionario en Las aventuras de Tarzán, otro no menos popular programa de los años cincuenta. Cada vez que se percibía un ruido en la selva y ante el interrogante de Délfor, que aportaba el consiguiente suspenso, se escuchaba la temida respuesta que inquietaba los tiernos oídos de los pequeños oyentes, entre los que me encontraba: "deben se los gorilas, deben se" (sic).

Al trasluz del éxito del pasaje cómico tomado del escenario infantil en el programa humorístico que parodiaba la película norteamericana, y haciendo gala de su reconocido olfato para producir sucesos de gran impacto en el público, a Délfor se le ocurrió escribir una baión. Este era un formato musical de moda entonces, que compuso con Néstor D'Alessandro y editó Waldo de los Ríos para la grabadora Columbia. No era un dechado de calidad, pero el estribillo prendió y se vendieron trescientos mil discos como pan caliente.

Si bien los creadores no tuvieron una finalidad política, el éxito se explica porque, en el restallante clima del momento, tanto peronistas como antiperonistas se apropiaron del nombre, como antes había sucedido con el apodo "cabecita negra" para designar a la clase emergente en el peronismo. El estallido de la revolución libertadora consolidó y amplió su uso.

Diferenciándose del ala lonardista, más contemplativa con el "tirano prófugo", eufemismo para designar el nombre prohibido de Perón, los "halcones" desplazaron a las "palomas" en el poder. A partir de ese golpe de palacio se inició un frustrado operativo de desperonización a sangre y fuego, que generó la "resistencia", así llamada por los desplazados, como la francesa, fusilamientos incluidos. Eran los prolegómenos de la guerrilla, donde los argentinos nos enfrentamos unos a otros como perro y gato.

Desde ese momento, el nombre de "gorila" quedó reservado para quienes, convencidos de que constituía un mal intrínsecamente perverso para la nación, pretendieron borrar al peronismo de la faz de la Tierra, al considerarlo, según la propia expresión de fuentes peronistas, como "el hecho maldito del país burgués".

Bastantes gorilas no mostraron aprecio por las buenas maneras. La designación quedaría asociada en las huestes peronistas al odio, y a sus necesarias consecuencias como la agresividad y la violencia. La experiencia kirchnerista, cuajada de un talante intolerante y fanático, cerril y épico, parece haber sacado a relucir en corazones opositores un espíritu simétricamente contestatario, donde anidan similares espectros. El mundo digital así permite observarlo sobradamente en redes y comentarios a artículos periodísticos.

En su negación absolutista del otro, el espíritu gorila reproduce corregidos y aumentados y en sentido invertido los rasgos más autoritarios y menos felices de su oponente. Pero una de las características más ponderables de la coalición gobernante es el planteo de una alternativa al populismo que se eleva por sobre tales bajezas de la humana condición. El más grave error de la represión militar a la violencia guerrillera fue adoptar métodos similares que la despojaron de su legitimidad ética.

Ante el neogorilismo, aun en versión posmoderna, quienes constituyen la mitad que no es peronista no deberían olvidar que una condición de su éxito político no reside solamente en categorías predominantemente económicas, sino sobre todo en situarse en una verdadera superioridad moral sobre sus adversarios. Es verdad que esta tarea exige espíritus templados. Pero estos son los que precisamente nos pide la patria a unos y otros para ser construida como tal.

El autor es profesor en la Universidad Austral y miembro del Consejo Argentino para la Libertad Religiosa, el Consorcio Latinoamericano de Libertad Religiosa, la Junta de Historia Eclesiástica Argentina y el Instituto de Filosofía Política e Historia de las ideas políticas de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas.