Una mujer recluida por sus ataques de pánico en busca de una salida: así es “Barullo”, una novela sobre la ansiedad

En su primera novela, Valeria Sol Groisman logra poner en palabras un mal cada vez más frecuente. ¿Es posible tirar del hilo hasta desenredar el ovillo?

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La escritora y periodista argentina Valeria Sol Groisman acaba de publicar su primera incursión en la ficción con "Barullo", una novela sobre la ansiedad.
La escritora y periodista argentina Valeria Sol Groisman acaba de publicar su primera incursión en la ficción con "Barullo", una novela sobre la ansiedad.

“Mi terapeuta me dijo que al miedo se lo resiste creando monstruos atenuados. Desde entonces fabrico anticuerpos. Después respiro hondo para hacerlos míos rápido. Para ponerlos a trabajar y que me defiendan de los verdaderos. De los que me aterran”.

La que escribe es la argentina Valeria Sol Groisman. En su primera novela, Barullo, la autora, periodista, docente universitaria y gestora cultural logra poner en palabras uno de los males más imperantes en la sociedad de hoy en día: la ansiedad.

Barullo, editada por Hojas del Sur, tiene como protagonista a una mujer que busca el detonante de su dolencia, unos severos ataques de pánico que le impiden salir de su departamento. Su abuela con mutismo selectivo, un terapeuta singular y una vecina solitaria son las otras voces que construyen esta novela, gracias a la cual la autora ha sido seleccionada y becada para trabajar su próxima obra en el Programa de Mentorías a Escritores de la Cátedra Vargas Llosa.

Coautora junto a Mónica Katz de libros como Somos lo que comemos y El método de la no dieta, Groisman esta vez se sirve de la ficción para desenredar el complejo y alborotado ovillo de la ansiedad. El resultado es una novela ansiosa en sí misma, con un ritmo frenético y trepidante que refleja la manera fragmentaria en la que consumimos y producimos textos, imágenes e ideas en la actualidad.

“Barullo” (fragmento)

"Barullo", de Valeria Sol Groisman, editado por Hojas del Sur.
"Barullo", de Valeria Sol Groisman, editado por Hojas del Sur.

Me reúno con mi supervisor por posible conflicto de interés: mientras usaba Tinder encontré a M. entre mis opciones de match. En su foto está de espaldas, pero usa el nombre real. Es ella porque, además, en la sesión me dijo que se abrió una cuenta y que está conversando con alguien. Se la nota entusiasmada. Antes de cortar me consulta si puede hacerme una pregunta personal. Le digo que mejor no. Sospecho que ella también me vio.

No sé si pueda seguir atendiéndola. Él me dice que mientras la bloquee en la app, no hay problema. Me interroga acerca del vínculo que establecimos. Quiere saber si M. me atrae, si me estoy desviando de mi lugar de terapeuta. Le respondo que tengo muy en claro que no, que aunque me despierte interés, no es unas posibilidad. Le digo que sé el lugar que ocupo en este vínculo. Me repregunta: ¿te gusta? Le respondo que no importa.

Pienso que en el caso de M. el comienzo de una posible relación amorosa, aunque sea a distancia, habla de una buena evolución. ¿Podrá esa relación, u otra, sacarla del encierro?

Últimamente refiere que cuando percibe miedo anticipatorio, cuando cree que el miedo está por llegar, se mete un caramelo en la boca. Uno tras otro hasta que esa sensación cede. Lo hace incluso durante nuestras consultas (explorar lo sexual). Le pregunto por qué. Me cuenta que cuando se marea o cree que se va a marear supone que va a terminar desmayándose. Lo dulce, supone ella, le sube la glucosa y eso evitaría el derrumbe. Así me lo transmite. Me aclara que prefiere los masticables a los duros, pero que no sabe explicarme por qué (inevitable: explorar lo sexual).

Supongo que desde que se encerró no mantuvo relaciones sexuales con nadie. Le digo que lo ideal es que no recurra a “amarres” para sentirse segura, que tiene que aprender el atravesar el ataque de pánico sin “ayudas”. El caramelo puede funcionar como distractor, la saca del pánico pero en forma de escape. Lo que tenemos que lograr, le digo, es que ella no sienta la necesidad de huir, sino que pueda permanecer quieta, donde está, con los síntomas, hasta que desaparezcan. Dice que lo entiende, pero que no está dispuesta a dejar los caramelos por ahora. Que los necesita.

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Interesante: M. cree que la necesidad de engullir caramelos es consecuencia del pánico y quizás sea esa costumbre de comer caramelos (o de llenarse de lo que sea: caramelos, pero también libros, objetos, ideas) lo que recrudece su ansiedad: la profecía autocumplida. Quizás el desborde esconde el verdadero porqué.

¿Qué simbolizan el silencio y el ruido en la vida de M.? Le digo que sería bueno que en su casa directamente no haya caramelos. Se ríe. Me dice que prefiere las caries al pánico. Hay algo irracional en esa creencia que le da seguridad. Lo dejo pasar. Por ahora. De entre todos los caramelos que podía elegir, M. come Sugus. Dice que sus preferidos son los azules, los de ananá. ¿Reminiscencia de la infancia?

Licenciada en Comunicación, escritora, periodista, docente universitaria y gestora cultural, Valeria Sol Groisman es coautora de libros como "El ABC de la obesidad", "Más que un cuerpo", "Somos lo que comemos" y  "El método No Dieta".
Licenciada en Comunicación, escritora, periodista, docente universitaria y gestora cultural, Valeria Sol Groisman es coautora de libros como "El ABC de la obesidad", "Más que un cuerpo", "Somos lo que comemos" y "El método No Dieta".

Como es de esperarse, Pan, el dios de la fertilidad y la sexualidad masculina, tenía una fijación con el placer. Uno de sus rituales consistía en perseguir a las ninfas de los bosques para aprovecharse de ellas y acallar, así, sus incontenibles erecciones. Erecciones que llevaba con omnipotencia. Se sabía demasiado hombre, todopoderoso (nadie se hubiese animado a decirle: ¡bajate del carro, machirulo!).

A las mujeres, Pan les parecía peligroso y aun así irresistible. Como su miembro, que irradiaba premura, violencia, pero, ay, su aura.

¿Quién podría negarse al goce que Pan proporcionaba? El miedo a lo desconocido, al arranque de furia (o pasión, depende de cómo se lo piense) se disipaba una vez que ellas alcanzaban eso que luego se dio en llamar orgasmo. El amor era otra cosa (quizás lo sabía, o no), pero eso que sentían cuando él las penetraba podía convertirse en vicio.

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Mientras ellas corrían, él disfrutaba de esa capacidad de dominio que reconocen quienes se saben en el ángulo conveniente de la asimetría. Los demonios. Tanto se aferraba a esa arbitrariedad, que ya la había adoptado como un divertimento (me vienen a la cabeza Cortázar y su Divertimento, que quedó inédito para su edición póstuma: el surrealismo, el humor, la ironía, la pesadilla, la muerte), como si el resto solo fuera una pieza más de su tablero.

Luego de tomar a una por la espalda y a otra ponerla a cabalgar encima suyo, Pan también asustaba a quienes se cruzaban en su camino. Su insatisfacción era el preludio de rayos y truenos con ecos ensordecedores (siempre quería más: lo blando se endurecía en cuestión de minutos). Lo que Pan despertaba era un pánico intenso (a diferencia del miedo, el pánico es contagioso), aunque solo se tratara de una treta, un juego sádico que no necesariamente terminaba –para la época– en un mar de víctimas (claro, no existían el NiUnaMenos ni la idea de consentimiento).

De ahí el pánico.

¿De ahí el tuyo?

infobae

¿Existe acaso algún libro que no hable de su autor?

(Dice Alan Pauls que no se escribe desde la nada, que siempre hay algo antes).

¿La vida?

(Dice que si uno llevara un diario –cita a Slavoj Zizek, que siempre empieza con anotaciones que derivan en textos publicables–, ese conjunto de discursos o alguno de ellos podría “provocar una ficción” –con esa idea como fuga pensó el taller donde desarrolla esta teoría–. Hay un momento, puntualiza, en el que “todo se va al carajo” y es ahí donde puede brotar una historia. Es mucho más fácil que la literatura nazca como corolario de anotaciones diarias porque solo bastaría con trabajar las frases, editar, mover palabras de un lado para el otro y ya habría algo para empezar a trabajar).

Pienso en situaciones de mi propia vida que podrían ser disparadores de una trama:

♦ Mi abuela me contó que de chico mi papá se cortó el brazo con un sifón que estalló en mil pedazos y le cortó la circulación. Ese día hizo una promesa que nunca rompió. Nunca más se esmaltaría las uñas.

♦ Con un novio que duró lo que dura la calentura, viajamos a Venecia, nos hospedamos en La Fenice & Des Artistes y en medio de la madrugada el sonido de un violín nos despertó. Estábamos seguros de que la música venía de algún lugar de nuestra propia habitación, pero no logramos identificar de dónde. Nunca supimos si fue real o si nuestros sueños se habían sincronizado.

♦ En la secundaria me clavé en la mano una mina de lápiz Pilot Shaker (era negro y lo adornaba un anillo finito anaranjado) mientras rendía matemática (habrá sido una raíz cuadrada o una ecuación o una derivada) y todavía sigue en el mismo lugar. Es posible reconocerla a simple vista. El cirujano de guardia se negó a extraerla. Pienso que ese hombre supo lo que significaría la escritura en mi vida y prefirió dejar lo inocuo como marca personal. Hoy se lo agradezco. Es mi tatuaje.

♦ Salí con un tipo que se pasó la noche mirándome las tetas mientras tomaba un té de tilo. Yo había pedido un Sex on the Beach.

♦ Mientras recorría una librería de usados, encontré el diccionario de la Real Academia Española de una autora muy conocida, con anotaciones al margen y palabras resaltadas. En la primera página su marido de entonces le había escrito una dedicatoria empalagosa y abajo figuraban la dirección de su casa y un teléfono por si se perdía. Eso decía entre paréntesis. Llamé y llamé, para escuchar su voz, pero nunca nadie atendió.

♦ Una vez me escapé de una cita a ciegas. Dije que me iba a retocar el maquillaje y, en lugar de eso, me rajé en un taxi. El muchacho en cuestión terminó tirando abajo la puerta del baño creyendo que yo había perdido la conciencia, o algo así de grave. Me lo contó el amigo en común que nos había presentado y que me mandó al carajo, por supuesto.

♦ Un rockero con el que salí (qué hubiese pensado papá, todo formalito él) me dedicó una canción a la que tituló “Libélula” y se mantuvo un par de semanas seguidas en el top ten de una emisora de radio poco popular, de culto. La letra era malísima, muy reiterativa, pero la melodía era muy pegajosa: los siguientes doce meses no pude evitar tararearla cada vez que me duchaba.

Quién es Valeria Sol Groisman

♦ Nació en Buenos Aires, Argentina, en 1982.

♦ Es Licenciada en Comunicación, escritora, periodista, docente universitaria y gestora cultural.

♦ Cursó la Maestría en Periodismo de Clarín y la Universidad de San Andrés con una beca al mérito académico. Se graduó como Magíster en Escritura Creativa en la Universidad de La Rioja (Logroño, España) con matrícula de honor.

♦ Es coautora de El ABC de la obesidad, Más que un cuerpo, Somos lo que comemos, El método No Dieta y autora de Desmuteados. Barullo es su primera novela.

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