Fuimos a la mayor fiesta gitana de Europa

Por Alícia Fàbregas

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La familia de Siman.
La familia de Siman.

Cada año miles de gitanos viajan hasta el sur de Francia para adorar a su patrona, Santa Sara Kali, la virgen negra.

El 24 de mayo es un día grande para los gitanos de Europa e incluso de lugares más lejanos. Se celebra Santa Sara Kali, la virgen negra, la patrona del pueblo romaní, y la ciudad de Saintes-Maries-de-la-Mer, donde viven normalmente alrededor de 2,600 personas, se desborda. Es lo que se conoce como el mayor peregrinaje gitano de toda Europa.

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Una compañera de trabajo, gitana, que había ido varios años, me había contado que era una fiesta enorme, muy mística también, que había que vivirlo por lo menos una vez en la vida. Hasta allí llegan miles de manouches (de los alrededores del Loira), kalderash (del este de Europa), sintis (de Italia, Alemania o Austria), y muchos otros rromà —gitanos en rromanò, su lengua.

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También van algunos gitanos españoles, como María Rubia y su compañero que se decidieron en el último momento y se pegaron la paliza de salir la misma mañana del 24 desde Barcelona en coche para volver por la noche. "Era algo pendiente desde hace años. Nunca habíamos ido, es muy curioso de ver", dice María.

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Así que decidí verlo yo también con mis propios ojos. Tomo el autobús a primera hora de la mañana desde Arles, que está a unos 40km al norte de Saintes-Maries, y allí ya empiezo a notar el ambiente. Se sientan dos mujeres gitanas detrás de mí y a los pocos minutos en marcha le gritan al conductor que pare, que la petite (pequeña) quiere subir. La petite es una joven que no debe llegar a los 20 años y que por lo que contaban se había dormido, pero había conseguido atraparlas y no quedarse en tierra.

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Se sienta a mi lado y aprovecho para preguntarles qué me espera en mi destino. Hablan castellano; es el idioma en el que se comunican muchos gitanos del sur de Francia, que se autodenominan españoles aunque hayan nacido ya en territorio francés, hijos y nietos de inmigrantes sobre todo de Andalucía y de Catalunya. La señora mayor que está en el asiento de atrás me señala su broche con la estampa de Santa Sara y me dice que este es un día muy feliz para ellos, que ya lo veré cuando llegue, que la iglesia va a estar llenísima de gente haciendo cola para ver a su patrona.

Lola (en primer plano) y Ricao, su suegro (tocando al fondo).
Lola (en primer plano) y Ricao, su suegro (tocando al fondo).

Llego a la iglesia fortificada de Notre Dame de la Mer y compruebo que tiene razón. Santa Sara está en la cripta —porque no es una santa reconocida por el Vaticano—, un espacio que se va caldeando a medida que aumenta el número de velas que la gente enciende para pedirle por sus seres queridos o agradecerle algún deseo cumplido.

Hay muchas leyendas sobre los orígenes de esta gran fiesta. Una de ellas cuenta que Sara era la reina de una tribu que vivía en esta zona del sur de Francia y mientras descansaba en la orilla vio como el barco sin remos y sin velas donde viajaban María Salomé y María Jacobé, dos cristianas a las que los judíos habían expulsado de Tierra Santa y abandonado en el mar, se hundía. Entonces se quitó su manto y lo extendió sobre el agua, llegando así hasta las dos mujeres y salvándolas. Después se convertiría al cristianismo y les mostraría su fe para siempre. De ahí que sea tradición que los gitanos le lleven mantos a la imagen de la santa y se los pongan como ofrenda.

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A media mañana, cuando termina la primera misa, la ciudad ya se ha despertado del todo y se escuchan por todos lados rasgueos de guitarras, golpes de cajón, cantes y bailes. Solo hace falta pasear por las plazas, las terrazas y los bares de esa antigua ciudad de pescadores, de casas blancas, para encontrar decenas de "conciertos" improvisados de rumba y flamenco.

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Me acerco hasta la zona de caravanas, a las afueras. Paso entre ropa tendida y gente con barbacoas hasta que un hombre me para y me pregunta qué hago. Le cuento que soy periodista y me conduce entre el laberinto de vehículos hasta una mesa donde un señor de pelo blanco tiene un dedo metido en una taza de café. Es Ricao Bissiere, un cantante de rumba que tiene un restaurante en Saintes-Maries donde actúa cada noche. Me indica que me siente y me dice que se ha pillado el dedo con la puerta de su caravana y por eso lo tiene metido en un líquido que no adivino que es. Mala suerte, esta noche no podrá tocar, pero sí cantar. "Venimos cada año, normalmente sobre el 10 de mayo y nos vamos el 25 o el 26, aunque hay otros que vienen solo hoy. Hay familia que hace tiempo que no vemos y tenemos la suerte de reunirnos aquí y estar todos juntos", explica en un catalán salpicado de palabras francesas. Ricao se considera, como muchos otros, un gitano español, aunque ha nacido en Francia, pero sus abuelos eran de Cataluña y no olvida sus raíces. Me señala una caravana y me dice que vaya allí, que están su nieto, Zidane, y Lola, la mujer de su nieto, esperando a que la comida esté lista.

Lola y Zidane.
Lola y Zidane.

Lola

Lola me invita a entrar en su casa móvil, mientras su marido está tirado en la cama, medio adormecido por el calor de verano de estos días. "Tengo veinte años y es el primer año que vengo porque me he casado con él y su familia viene siempre", me cuenta Lola en castellano señalando a su marido. "Por la noche hacemos fiesta aquí. Hacemos fuego y tocan la guitarra y se ponen a cantar y a bailar". La misa le gusta pero dice que le gusta más la fiesta. "Él se queda cantando hasta las cinco o las seis de la mañana", explica mirando a Zidane.

Se conocieron aquí, aunque no en la peregrinación. "Yo había ido al mercado y le había visto y nos habíamos hablado, hace dos o tres años ya. Luego nos pedimos y nos hemos casado, en Montpelier". Me dice que vuelva a su caravana por la noche, que se montará una buena fiesta. Acepto la invitación y los dejo que se sienten a comer. Me regreso al centro de la ciudad para prepararme para lo que viene.

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Para los gitanos, los momentos más importantes de esta celebración son después de comer. Entonces llega la ceremonia del descenso del arcón que guarda las cenizas de las santas. Sacan a Santa Sara de la cripta y sobre ella se amontonan decenas de personas para tocarla y besarla.

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La misa tiene como música de fondo cánticos con guitarras españolas y los gritos de "¡Viva Santa Sara!" de los fieles, mientras el arcón, que está guardado en lo alto de la iglesia, va descendiendo por unas cuerdas que se van llenando de flores. Los presentes, con mucho fervor espiritual, levantan sus velas encendidas hacia el sarcófago y los que tienen la suerte de estar debajo, alargan todo lo que pueden los brazos para apagar el cirio contra el recipiente, porque aseguran que da buena suerte.

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Después sacan a la santa en procesión hasta el mar. En ese camino se va uniendo todavía más gente y en la playa les esperan centenares más. Llevan a la virgen negra al Mediterráneo para bañarla y bendecirla con sus aguas y acaban todos dentro también, mojados hasta las rodillas, intentando no ser pisados por los seis caballos blancos que guían la procesión.

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Cleyton y José

De noche la fiesta continua. En la zona de caravanas algunos han encendido hogueras y se sientan alrededor a hablar, cantar, beber y bailar.

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Cleyton Cargoles tiene 16 años. "Soy de Montpelier y suelo venir, es una tradición". Dice que le gusta, "porque es la fiesta de los gitanos". Pero no va a misa, "solo a la fiesta". Toca la guitarra, "viene de familia, es natural, se transmite de generación en generación", explica. Jose es su primo y habla un poco de castellano porque su abuelo también es de Barcelona. Tiene 21 años y viene siempre a celebrar el día de Santa Sara, "desde que era pequeño". "Esto es excepcional", asegura , "viene muchísima gente".

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Siman

Vuelvo al centro donde también continua la música hasta entrada la madrugada. En las calles y las plazas o en los bares que quedan abiertos. Algunas familias llenan mesas de más de quince personas. Siman está en una de ellas, de pie, cantando rumba con mucho sentimiento.

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Tiene 20 años y asegura que viene siempre. Es una fiesta del catolicismo, y en esta época, en la que el laicismo se va extendiendo, llama la atención que los jóvenes todavía sientan ese fervor religioso. "Es nuestra santa. Sentimos su presencia. Si tocamos y hacemos fiesta es por y para ella", explica emocionado. "Esto es mi vida, cuando se acaba ya empiezo a pensar en el año que viene, a contar los días que faltan".

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El día 25 también hay celebraciones, es el día de las Santas Marías, aunque esa es una fiesta gadje —de los payos— y los gitanos no participan con tanta intensidad. A finales de semana las caravanas van desapareciendo y la ciudad vuelve poco a poco a la normalidad.

Publicado originalmente en VICE.com